jueves, 2 de octubre de 2014

De Roncesvalles a Zubiri (I)



Muchas veces nos dijimos la víspera «¿qué hago yo aquí?», enmarañados como estábamos tan tarde, sin núcleos habitados a la vista, entre subidas que acababan con nuestros pulmones y bajadas que machacaban nuestras rodillas. Literal.

La hospitalidad del encargado del albergue que nos alojó en su casa y su infinita indulgencia que contrastaba con nuestra también infinita falta de sentido común, nos hicieron acometer nuestros siguientes veinte kilómetros con un ánimo fuera de lo común.

Empezamos con dificultad. Fríos y agarrotados los músculos de la jornada anterior. Pero san ibuprofeno nos vino a auxiliar rápidamente en cuanto a nuestras extremidades inferiores. Por algo hay ahí esa madre farmacéutica, que por cierto, nos espera siempre preocupada por nuestra salud, en casa. Llamándonos sin parar para ver cómo estamos.

–Ultreia! –esa suerte de palabro sonó mezclada con una sonrisa pícara en la cara del hospitalero; él sabía que no entendíamos nada–. Se responde de la misma manera, «ultreia» o se añade «et suseia».

–¿Pero qué es eso?, ¿un saludo en euskera?, ¿no se dice «kaixo» o «agur»? –preguntó mi progenitor y acompañante.

–No, hombre, no, nada de euskera. Es verdad que esta siempre fue zona de vascos desde la noche de los tiempos. Seguro que recordáis que Roncesvalles es conocido, más que por ninguna otra cosa, por la batalla aquella de cuando los vascos dieron p’al pelo a los franceses en auxilio de los moros. Pero nada que ver, es latín.

–¿Latín?

Efectivamente, nuestras investigaciones previas a la acometida del largo Camino nos habían hecho leer y comentar sobre la batalla de Roncesvalles, a finales del siglo VIII, en una fecha que, como casi todo en la Edad Media, es imposible de identificar con precisión.

Internet es una fuente casi infinita de información para el curioso y no seré yo quien pretenda hacer un relato histórico y menos aún historiográfico aprovechando estas modestas líneas y tu paciencia como lector. El único hecho que nos interesa en este contexto es que Roncesvalles, desde la antigüedad, había sido zona de vascos, en la que se hablaba ese extraño idioma no indoeuropeo.

El hospitalero, por otra parte, nos explicó que eso de «ultreia» o, en su versión extendida, «ultreia et suseia» era el saludo tradicional de los peregrinos a Santiago. Ahora es más común un anodino “Buen Camino”.

En una época en que la lengua franca era el latín, y no el inglés como ahora, peregrinos de todas las procedencias se malentendían en una especie de jerga emparentada con ese noble idioma que casi todos desconocían pero que, paradójicamente, usaban para rezar.

Así nació el «latín macarrónico» (latín vulgar) y de este proceden las otras lenguas romances que se hablan en toda Europa, incluido nuestro catalán.

En sentido estricto, «ultreia» o «ultreya» significa «más allá» y «suseia» emparenta directamente con la preposición «sus» que significa «arriba». De ahí viene, por ejemplo, «suspender» y el mismo origen nos sirve para explicar las muchas localidades que hay en España, cercanas y emparejadas, una llamada «de Suso» (o de arriba) y otra «de Yuso» o de abajo. Permítaseme al hilo de esto apuntar que el dibujo del monasterio que aparece en la tapa de una conocida marca de queso cremoso se inspira, justamente, en el templo de Yuso –unos cientos de metros más arriba está el de Suso– en que se escribieron las famosas Glosas Emilianenses, primer texto en un desaparecido dialecto navarro y, simultáneamente, uno de los más antiguos escritos en euskera.

Los abogados nos vemos obligados a memorizar en nuestra carrera decenas de expresiones en la lengua de Cicerón que luego plasmamos en nuestros escritos con la única finalidad de que se vea que las manejamos con soltura, o sea, que somos capaces de escribir en eso que algunos denominan «abogadés» pero seamos honestos, hasta hoy no he conocido un solo abogado que supiera nada de latín.

Aquel generoso responsable de albergue de peregrinos estaba contribuyendo, quizá sin quererlo, a uno de los objetivos que nos habíamos propuesto al iniciar nuestro periplo jacobeo: aumentar nuestro nivel cultural. Bueno, el mío, que el de mi padre está muy bien como está y bastantes veces me saca ya los colores. Yo voy con varios libros de El Camino y de rutas templarias, que nos van dando los detalles que nos vamos a encontrar, o que hay que escudriñar entre los elementos ordinarios.

Aquel día, nada más desayunar, habíamos aprendido a saludar como antigüamente.

Nuestro ánimo peregrino se fue acrecentando, a medida que los kilómetros desgastaban la suela de nuestras zapatillas (porque empezamos los dos, pardillos, con deportivas). Por un lado, en contraste con la soledad que nos envolvió la víspera, desde Roncesvalles ya decenas de caminantes a distintas velocidades iban solapando su marcha con la nuestra.



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