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domingo, 7 de diciembre de 2014

Socialismos y Socialistas


¡Perdimos! Sí, como lo oís. ¡Perdimos!

¿De verdad perdimos? Pues quizá no. O no del todo.

Hace un par de capítulos me refería al revulsivo, populismos y trampas aparte, que ha supuesto la irrupción de una fuerza política no tradicional en el mapa político español. He hablado varias veces de lo interesante de sus consecuencias, para mí positivas en general, pues simplemente con despertar a una parte de la juventud que huía de la Política, como han hecho, ya se han justificado.

Lejos está siempre de mi ánimo hacer de la necesidad virtud, pero pienso sinceramente que este toque, aviso, tirón de orejas, llamada de atención, si sabemos atenderla, nos puede hacer más bien que mal.

Sí, ya, que si me he dado un golpe en la cabeza. ¿Cómo nos puede venir bien una bajada de votos y que, para colmo, muchos de ellos sepamos con certeza que han ido a parar a opciones electorales que pueden ser «tramposas»?

Fíjese el avispado lector o la sagaz lectora (o al revés) que en ningún momento hago referencia explícita a unas siglas. En Catalunya el mapa electoral responde a hechos diferenciales y donde en otros sitios puede atisbarse un peinado recogido en cola de caballo, aquí podría ser, digamos, una monja. Pero es que da igual, no es un problema de nombres ni siglas sino de formas de hacer la política. Y cuando se hacen trampas, estas son muy parecidas lleve en la cabeza lo que lleve el innoble tahúr.

Por de pronto, aquellas elecciones europeas se llevaron por delante al secretario general de los socialistas españoles. ¡Y al rey! Pero ya hablaremos de monarcas.

Aunque partidos distintos, el PSC y el PSOE están vinculados desde siempre por fortísimos lazos de hermandad que propician que, incluso desde las profundas diferencias que en ocasiones se han puesto de manifiesto entre nosotros, los catalanes sintamos que el PSOE es nuestro partido fuera de nuestras cuatro provincias de la misma manera que el PSC, sentimental y casi legalmente, es una especie de federación catalana del PSOE, para que se me entienda, superada por la historia, eso sí. No en vano, para quien no lo sepa, se hizo en su momento un congreso de unión de varios grupos de socialistas (sí, ya se hizo esa unidad hace muchos años, por eso se llama el “Partit dels i de les Socialistes de Catalunya”), entre ellos, la Federación Catalana del PSOE, pero también, el PSC-Reagrupament i el PSC -Congrés…

El cántabro Alfredo Pérez Rubalcaba, continúo, también era secretario general de este catalán como lo era el leonés José Luis Rodríguez Zapatero, cuya herencia, por cierto, los socialistas no hemos podido, sabido o querido reivindicar. Y hay motivos más que sobrados para la reivindicación. La derecha nunca es tan acomplejada. Y así les suele ir bien. Zapatero ha sido el Presidente más progresista que se ha sentado nunca en Moncloa. Así de claro lo pienso. Con todos sus errores, que los tuvo. El más grande, no ver venir la tremenda crisis que se nos avecinaba.

Los partidos «tradicionales» (en realidad odio este concepto, y aunque intento reirme de él, comprendo que parte de la ciudadanía lo entienda así) hemos alcanzado en algunos aspectos unos niveles de inmovilismo cercanos al anquilosamiento. Asumámoslo con humildad. Solo así lo podremos cambiar.

La democracia, como el amor de pareja y como tantas otras buenas cosas de la vida, es un bien precioso que hay que alimentar, cuidar y hacer crecer cada día, de lo contrario, muere. La democracia debe ser dinámica. Si es estática hay algo que falla. Ahí creo que está la clave. La democracia es Democracia cuando está permanentemente adaptándose, y buscando nuevas, mejores y más directas formas de participación.

Desde 1978 y, sobre todo, desde 1982, el «sistema» ha funcionado razonablemente bien sustentado por un complejo equilibrio de poderes al que la economía, la judicatura o los propios medios de comunicación no han sido ajenos.

Ese estatus de «así nos apañamos» nos ha ido alejando de manera paulatina de quien realmente nos da «de comer» pero que, más allá de eso, es responsable de nuestra existencia: la ciudadanía.

Nos debemos a la ciudadanía, la ciudadanía nos da carta de naturaleza, dota de sentido a nuestro trabajo y, en ocasiones, con la cruda sinceridad que me permite un texto algo más largo que un tweet, nos hemos comportado como auténticos déspotas ilustrados: «todo para el pueblo pero sin el pueblo». Quizá exagero pero es cierto que buena parte de aquellos para los que trabajamos perciben dos existencias separadas y que a veces ni se miran a los ojos, «ellos» y «nosotros».

En este contexto, tan propicio a los fascismos, como bien señala cualquier libro de historia, aparecen las opciones populistas, cuyo principal as en la manga es tan torticero como presentarse ante el electorado con el mensaje «nosotros también somos vosotros y vamos a por ellos».

El relativo éxito en los últimos comicios de estas novedosas formaciones políticas –partidos sería la palabra adecuada, se organicen en asambleas, agrupaciones, círculos o dodecágonos– nos obliga a ponernos las pilas, a repensar nuestra relación con el resto de la población, a hacer serias autocríticas y a modificar nuestras pautas de conducta.

Es en este contexto en el que aparece un personaje conocido de antiguo y que pertenece a la siempre honesta estirpe de los socialistas vascos: Eduardo Madina.

Se le ofrece, quizá de tapadillo, la posibilidad de «heredar» el cetro de Pérez Rubalcaba y… ¡se niega!

Bueno, no se niega, plantea que solo será secretario general en el caso de que la Ejecutiva Federal convoque unas elecciones primarias abiertas a toda la militancia y salga elegido.

Los días siguientes al anuncio de la dimisión de Alfredo –en realidad es secretario general de hecho y de derecho hasta el congreso del partido, celebrado a finales de julio–, son un sindiós de «barones» (¡qué palabra más fea!) empeñados en nombrar entre todos y por aclamación a la compañera andaluza Susana Díaz.

Me voy a permitir una maldad. Quizá, solo quizá, algunos de esos «barones» que tan rápidamente hablaron en nombre de sus federaciones (¿las consultaron?) para apoyar a la, por otra parte, magnífica candidata Susana, para el vértice orgánico del PSOE, pasando por encima de la voluntad de la militancia, lo que pretendían era salvar «sus respectivos culos» porque parece más que lógico que si al secretario general de los socialistas españoles se le elige, aun haciendo trampas a los estatutos, de manera directa entre los afiliados, a los máximos responsables de las distintas federaciones se les debe elegir mediante la misma mecánica. ¿Y tienen todos los aparatos regionales la certeza de, si además de cargos orgánicos y públicos, vota el conjunto de la honrada militancia socialista, ellos saldrían elegidos?

Me temo que no. Sospecho que hay mucha federación en la que el inmovilismo del que hablaba antes ha situado a los máximos responsables políticos de algunas federaciones no solo lejos de la ciudadanía, sino de sus propias bases.

El empecinamiento de Eduardo en exigir, en contra del sentir mayoritario expresado en la prensa, que hay que abrir el partido a los y las militantes ha hecho posible que el PSOE sea hoy una organización más sana y democrática. Ya solo este mérito lo hace merecedor de apoyo y de mucho más, aunque también sea cierto que por los errores cercanos deba demostrar un claro cambio de actitud, con hechos, además de con palabras.

Pero no se puede tener todo. Cuando un proceso orgánico es defendido públicamente por una sola persona y en contra de las direcciones asentadas de las diferentes comunidades autónomas, no es nada fácil aguantar el tirón.

Quizá una equivocada estrategia de marketing, quizá la falta de medios, puede que la falta de apoyo por parte de direcciones y medios de comunicación, quizá no era el momento.

El PSOE y, por qué no decirlo, el PSC está necesitado de contenidos más frescos, menos anquilosados, más conectados con nuestras bases que son, no lo olvidemos, socialistas y de izquierdas. Las caras son importantes, pero lo que dicen las bocas lo es más.

Me gustaba mucho el fondo de Tapias, pero creo que Eduardo Madina, que aúna juventud, experiencia y pragmatismo, habría sido el mejor secretario general para este partido. Si pienso en el corazón era Tapias, si pienso con la cabeza, Madina. Ahora bien, una vez realizada la elección, deseo que Pedro Sánchez-Castejón sea capaz de sacar al PSOE del actual desconcierto y que aunque sea a fuerza de tirones de coletas que sirvan de revulsivo y obliguen a cambiar el paso –la inercia de tantos años–, entre todas y todas, militantes y votantes, recuperemos las ansias de transformación social que nunca debimos perder.

***

Querido lector, estimada lectora. Es cierto que han pasado muchas cosas en los últimos meses y hasta semanas. Alguien decía, no sin cierta sorna, que solo un catalán, Jordi Hurtado (del programa de televisión Saber y ganar) ha sido capaz de sobrevivir en el mismo puesto de trabajo a tres papas, dos reyes, tres presidentes del gobierno y varios secretarios generales del PSOE e, incluso, algún que otro primer secretario del PSC.

Cuando repaso la primera versión de estas páginas, el compañero Miquel Iceta ha sido elegido primer secretario de nuestro partido.

Desde mi condición de militante leal del PSC, entiendo que no sería honesto ni serio dedicarme a reflexionar sobre asuntos cuyos primeros destinatarios son mis compañeras y compañeros de partido en el PSC de Tarragona. Además, confío en que estés de acuerdo conmigo en que la excesiva cercanía es la peor aliada para un análisis político que, por definición, precisa de una cierta perspectiva.

Deseo lo mejor al compañero Iceta y, como no puede ser de otra manera, deseo lo mejor al PSC.


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Y mi conclusión ideológica de todo lo anterior, resumiendo mucho, es que hemos de volver a nuestros orígenes, y ser conscientes que hay que plantar cara a aquellos sectores económicos que desde el egoísmo, ejercen el capitalismo pensando exclusivamente en el máximo beneficio sostenido, al más corto plazo posible. No puede ser. Primero son las personas. La gracia de la Política es que mande sobre la economía. Ese es su más básico "leit motiv".





El Temple y las rarezas pamplonesas (3rd part)

Primera parte del post

Segunda parte

Tercera:

En algunos aislados árboles de aquella gran pradera se podía leer:

«Perros sueltos, SÍ. Recoja sus excrementos, No deje sueltos perros peligrosos. Hágase cargo de su animal…».

Uno de los detalles que ponen de manifiesto el nivel de civismo y progreso de una sociedad es la forma en que trata a sus mascotas.

Los encargados de las ordenanzas que regulan la tenencia de animales domésticos somos, precisamente, los ayuntamientos.

En ocasiones me avergüenza admitir que nos hemos dejado llevar por la desidia y en vez de dar un margen de confianza a la inmensa mayoría de la ciudadanía, que se comporta con decoro y corrección, hemos optado por la vía represiva, tratar a todos los perros como si fueran asesinos en potencia y convertir a los dueños en una suerte de apestados. Es culpa de una minoría es cierto. Pero de una minoría que afecta mucho con su mucha falta de civismo. Es uno de los problemas más denunciados por la vecindad de Tarragona, y de las cosas más molestas en determinados lugares donde, por ejemplo, pueden llegar a jugar niños.

Pues resulta que en esta ciudad en la que nos encontramos han entendido las cosas de otra manera y aquel parque tan grande –ideal para que jueguen los perros, qué duda cabe–, está dedicado a la coexistencia pacífica de seres humanos y canes.

A ver dónde encontramos en Tarragona un espacio parecido. No se me ocurre motivo alguno por el que mis paisanos sean menos cívicos que las gentes de aquella acogedora ciudad. Y a pesar de ello, sería impensable en la ciudad en la que estoy de concejal. Al menos actualmente, y de momento…

–¡Papá, esto se lo tengo que contar también al Pep Félix!

–¡¿Otra vez?! Desconecta, anda.

Lo de andar lo decía en sentido literal. Entre comentar lo anodino que es el exterior de San Lorenzo, lo pequeña que es la calle Mayor, la charleta en el Temple y las reflexiones en la Vuelta del Castillo no terminábamos de salir nunca de la vieja Iruña.

Con mucho, lo peor del Camino es el padecimiento de andar por el interior de los cascos urbanos. Además, por muy acostumbrados que estén los locales a la presencia de peregrinos –imagino que esto en algunas temporadas debe de ser una auténtica procesión multicolor, no dejan de mirarnos curiosos. Los niños, más espontáneos, nos señalan con el dedo. Nos sabemos observados y dependiendo del entorno y del momento esto nos causa un cierto orgullo o unas tremendas ganas de salir de allí cuanto antes.

El peregrino medio no desea ser un espectáculo. Buscamos la paz.

Continuamos la salida de la ciudad y nos topamos con las aparentemente extraordinarias instalaciones de la Universidad de Navarra, el centro académico opusino por antonomasia.

Dos referencias cinematográficas me asaltan, una más antigua y otra relativamente moderna. Por un lado, el cabo Gutiérrez –José Sazatornil–, en la espléndida Amanece, que no es poco, preguntándole a Teodoro, ingeniero en Oklahoma –Antonio Resines–,  que se encuentra detallando su actividad en la universidad americana. «Y, ¿hay mucho Opus?».

El segundo recuerdo es más duro, durísimo. El film Camino, de Javier Fesser, que he comentado antes al hilo del nombre de la peregrina y que protagoniza una niña aquejada de una grave enfermedad que finalmente acabará con su vida pero cuya madre, supernumeraria de la Obra y que ha llevado a la niña a la CUN (Clínica Universitaria de Navarra), le dice amorosa «ofrécele tus dolores a la Virgen». ¡Tremendo!

Tampoco alcanzo a conocer por qué una ciudad, en muchos aspectos tan progresista como Pamplona y en la que, además, la izquierda abertzale goza de un porcentaje muy elevado de votos, tiene un vínculo histórico tan hondo con el Opus Dei.

«El navarrico, con su misica y su putica» y «los domingos misa y los lunes putas» son dos expresiones que escuché en más de una ocasión a un amigo que presumía de conocer bien Navarra. No me creo los estereotipos. Los catalanes no somos tacaños. Y este extraño vínculo entre el alma y la carne que parecía explicar mi amigo tampoco me lo creo. Pero se dice. Pues ahí, dicho quede.


El Temple y las rarezas pamplonesas (2nd part)

Primera parte del post

Segunda:

–Eunate. La iglesia de Eunate.

Quien respondía era un camarero, quizá el dueño, cercano a los sesenta años, fornido, de estatura media, que parecía mirar indiferente a los turistas. Correcto en el trato pero parco en palabras. Debo imaginar que puesto que una de las principales aficiones de los turistas y peregrinos es pegar la chapa, los hosteleros, salvo que estén dotados de una paciencia especial, deben de estar hartos de que les formulen siempre las mismas preguntas, de que los acosen extranjeros que, con frecuencia, parecen pensar que todo el mundo tiene la obligación de entender su idioma… No era el caso.

–¿Y dónde está esto? Me parece curiosa.

–A pocos kilómetros pero, coño, ¿no vais para allá? –añadió señalando nuestras mochilas adornadas con vieiras, que luego se nos cayeron y no repusimos y que delataban claramente nuestra condición.

–Sí, bueno, hacemos el Camino, pero no me suena esto. En nuestra guía no viene.

–Dejaos de guías y de hostias que ya os la encontraréis.

–¿Y qué tiene que ver con el bar? –seguí indagando.

–Bueno, no sé, que dicen que la hicieron los templarios que anduvieron por aquí o no sé qué.
¡Los templarios!

–Pues nada, papá, habrá que pasarse, ¿No?

–Pues pasaremos, además, si dice este hombre que está a pocos kilómetros… Y ello a pesar de que en El Camino un kilómetro de más hay que meditarlo bien, y de que mi padre es reticente en cuanto a eso. Se pone picajoso.

Tras pagar la cuenta y despedirnos cordialmente, volvimos sobre nuestros pasos hasta llegar de nuevo al ayuntamiento, pasar por la sorprendente iglesia de San Cernin que ya nos describió nuestra amiga la víspera y arrancar por la calle Mayor.

Aquella vía debió de ser la mayor en algún momento del medievo pero con los ojos de hoy quizás sea difícil no sorprenderse ante ese nombre puesto a una calle del casco viejo, estrecha, de unos ochocientos metros de largo, eso sí, totalmente recta y que discurría entre casas de vecinos más viejas que antiguas. Pero hay que decir que en Tarragona su calle Mayor tampoco sigue la idea de calle «Mayor» que tenemos por lo general en la cabeza. En eso se parece Pamplona a mi ciudad. Hay que volver.

Al final de la calle, tal y como estábamos advertidos por Camino, se encuentra la iglesia de San Lorenzo. Se reconoce perfectamente por los forjados en forma de parrilla que hay en su exterior, señal inequívoca, en la iconografía católica, del santo al que está dedicada aquella construcción.

No llamó nuestra atención. Parece un templo relativamente reciente, comparado con la catedral o San Saturnino. No llegamos a entrar pero, por lo visto, la imagen de san Fermín se encuentra en el interior de San Lorenzo. Desconozco si en Pamplona hay una iglesia dedicada a san Fermín. ¿No es esto otra rareza?

Seguimos avanzando. Salimos del casco viejo y, en pocos minutos nos enfrentamos a una recia fortaleza. Claramente de carácter defensivo. En mis pesquisas posteriores descubro que se trata, tal y como sospechábamos, de una antigua construcción militar cuya finalidad no era, como podría pensarse, servir de defensa adicional a la ciudad, ya de por sí bien pertrechada por las solidísimas murallas que hemos podido, en parte, contemplar.

Parece que tras la conquista de Navarra en 1512 y su relativa incorporación a la Corona de Castilla (la Comunidad Foral tuvo virrey hasta el siglo XIX y siempre ha tenido leyes propias, los famosos «fueros»), ni los austrias ni los borbones se fiaron nunca del todo del carácter levantisco de los locales y decidieron tener de manera permanente un destacamento fiel a la Corona, extramuros y bien defendido, que permitiera controlar futuras veleidades secesionistas.

No obstante, a mi curiosa mirada de concejal le llamó la atención otra cosa.

Camino, nuestra improvisada y entusiasta cicerone, en su pío discurso nos había colado algo que en este momento se me venía a la mente.

–Pamplona, además de con otras ciudades, se encuentra hermanada con Yamaguchi, que está en Japón. El parque más grande de la ciudad, además, se llama así, «Yamaguchi».

–Y qué tiene Pamplona con los japoneses. ¿Les gustan mucho los sanfermines?, ¿los toros? –Preguntó otra de las parroquianas. Admito que mi padre y yo prestábamos poca atención en ese momento.

–No, mujer –prosiguió Camino–. En Yamaguchi es donde san Francisco Javier levantó la primera misión católica que hubo en Japón, que de aquellas se llamaba Zipango.

No me preguntéis cómo fui capaz a posteriori de recordar aquellos datos. En ese momento solo fui consciente de que el mayor parque de Pamplona tenía nombre de tamagochi y esto se me hizo raro al contemplar en ese momento una inmensa explanada de hierba, muy verde, limpia y cuidada, que rodeaba casi por completo aquella fortaleza: la Vuelta del Castillo.


miércoles, 12 de noviembre de 2014

El Temple y las rarezas pamplonesas (1st part)




Nuestro objetivo de hoy es llegar a Puente la Reina, el cruce de caminos donde se unen la vía que viene de Somport y la que nosotros seguimos, desde San Juan de Pie de Puerto y que entra por Roncesvalles. Desde allí, ambas rutas jacobeas se convierten en una sola que nos llevará algún día hasta Compostela o, según estemos de humor y cansancio, hasta el propio Finis Terrae, en otros momentos de la Historia, culminación del repaso a las tierras conocidas, el fin del mundo, en fin...

Aunque el Camino finaliza frente a la plaza del Obradoiro, cada vez son más los peregrinos que empujados por alguna suerte de halo místico se resisten a terminar ahí sus pasos y se acercan hasta los acantilados de Finisterre a darse un baño «purificador» o a contemplar los atardeceres con cara de panoli. Que sí, que vamos, que no digo yo que no sean unos atardeceres muy bonitos pero… ¿Os he dicho ya que en el Camino hay mucho zumbado? La mayoría de la gente es convencional, conviene aclararlo, ¡pero hay cada uno y cada una!

Aunque hay docenas de guías que describen el Camino con todo lujo de detalles, en general pocas recogen elementos notables fuera de la vía jacobea propiamente dicha, pocas se atreven a alejarse de las marcas de pintura amarilla. Imagino que la economía tiene que ver también con eso. El Camino se ha convertido en nuestros días es una fuente de ingresos –a veces la única– para cientos de localidades que lo jalonan y es poco conveniente que la parroquia se disperse más de lo imprescindible.

Carlos y Carles, o sea, nosotros, no tenemos prisa. Tardaremos años en llegar a Santiago, estas breves vacaciones no son sino el primer tramo de unos cuantos que en años sucesivos haremos solos o con más familia. Se verá. Nos podemos permitir el lujo de detenernos donde deseemos, mirar lo que nos plazca y entretenernos donde y con quien sea menester.

Salimos a desayunar por una calle ligeramente empinada, empedrada, en cuya cima se yergue majestuosa la catedral de Pamplona. Creo que es la misma calle por la que subí anoche para encontrarme con ese rincón tan singular que es el Caballo Blanco.

Camino (la que iba con las amigas) nos había explicado que la catedral de la ciudad, como tantas otras, ha sido construida en diversas épocas y eso le quita algo de encanto arquitectónico. Sea como sea, lo que se alza frente a nuestros ojos en aquel altozano es una fachada neoclásica sencillamente espectacular.

Por las razones que ahora explicaré, finalmente decidí mirar y anotar el nombre de aquella estrecha vía en pleno casco viejo pero que da la sensación de estar siendo objeto de un muy serio trabajo de rehabilitación: calle Curia.

A mitad de calle, un cartel en bandera (seguro que prohibido por las ordenanzas municipales) llama mi atención. Es una especie de escudo. Oscuro. Con una cruz griega roja en su centro. Me fijo. El Temple.

El Temple es una especie de hostería que recuerda ligeramente al Caballo Blanco, de hecho, como aquel, sus ventanas son de piedra de sillería y tienen forma de arco ojival (sencilla regla mnemotécnica para acordarse de él de pequeño, porque recuerda un ojo ese tipo de vuelta) y se terminan de cerrar con un enrejado de forja. La puerta, de madera, da acceso a un largo y estrecho establecimiento a modo de taberna medieval. A la derecha, en la barra, un buen puñado de platos repletos de unos pinchos, la mayoría rebozados, con pinta de recién hechos, provocan una instantánea secreción de las glándulas salivares. A la hora del desayuno estoy como el perro de Paulov.

–¡Papá!, ¡desayunamos aquí!

–Como quieras, tan bueno será este como otro –respondió mi padre entre la indiferencia y la resignación.

Amén de las viandas normales del desayuno, aunque no sea yo muy normal para el desayuno, si mi estómago se encuentra en condiciones, pues me inclino por el continental con zumos y frutas varias, me llamaron la atención dos cosas: unos rebozados, casi esféricos, deliciosos que, según me dijeron, se llaman «moscovitas» y, sobre todo, un inmenso panel que ocupaba toda la pared enfrente a la barra.

Ya he dicho que el local tiene un aire de taberna medieval muy singular. No es fácil, a bote pronto, descubrir si un establecimiento tiene, de verdad, elementos medievales o es puro y simple atrezzo. El aspecto y, sobre todo, el entorno, inspiraban autenticidad. También hay, claro está, guiños facilones a los turistas como alguna espada tipo Tizona por ahí colgada o una armadura que parece sacada de Ivanhoe.

Pero el cuadro, aquel inmenso cuadro reclamó mi interés de inmediato. Es una iglesia, con espadaña, románica, pequeña. Me pareció que su claustro, en el exterior de la nave central, era de planta octogonal. El templo, además, según parecía en aquel enorme mural, está en medio del campo.

–Perdone, ¿qué es esto?

[continuará]

lunes, 10 de noviembre de 2014

Nosotros sí que podemos (final)


Nosotros sí que podemos (parte 1 y 2)

(continuación)

Y hablando de tramposos…

Sería extraño no hacer referencia al populismo de izquierdas que tanto susto ha dado a muchos al ver los resultados de las pasadas elecciones europeas.

Y quiero ser muy claro también en este asunto, íntimamente ligado al anterior: no es ni sensato ni democrático ni honrado decirle a cada uno lo que quiere oír.

Valoro más a mis amigos que, a grandes rasgos, son los de toda la vida, porque saben que lejos de molestarme cuando me dicen «Carles, estás metiendo la pata en…», lo agradezco. Líbrenos el cielo de aquellos que nos adulan sin mesura, que jamás enfrentan nuestros puntos de vista o que antes de decirnos aquello que puede no gustarnos miran para otro lado y silban.

Si un mérito hay que reconocerle –tiene muchos– al socialismo español, encarnado en el PSOE y el PSC es el de no haber ocultado nunca que gobernar consiste, muchas veces, en hacer complicados ejercicios que difícilmente pueden contentar a todo el mundo.

Se nos dice con frecuencia que el electorado socialista, históricamente, ha estado a la izquierda de sus dirigentes. Aunque muchas veces así ha sido, no me lo creo del todo de manera absoluta.

Con independencia de que muchas veces nos haya faltado claridad, pedagogía, quizá valor también para afrontar determinadas decisiones, la única diferencia entre un militante o simple votante socialista y un, pongamos por caso, concejal del ayuntamiento de Tarragona es que aunque ambos actúan de acuerdo con su ideología y movidos por un horizonte de justicia social, el segundo ha de actuar necesariamente alejado de sectarismos. El concejal del que hablamos lo es de todos y todas los y las tarraconenses, no solo de los que le votaron. Y esta inevitable responsabilidad condiciona, como no puede ser de otra manera, la acción política.

El PSC o el PSOE nacieron como partidos cuyo fin último es transformar la sociedad en un marco de pluralismo político en el que aspiramos a convencer a la mayor cantidad de gente posible de la bondad de nuestros principios y fines, pero pretender gobernar solo para los nuestros, como parecen pretender algunos partidos, es también saltarse las reglas de juego.

Puedo entender que las vicisitudes que han debido arrostrar millones de familias en los últimos tiempos las haya situado un punto de desencanto en el que la tentación del «todo vale» pueda imponerse.

Sé que se han hecho muchas cosas mal (no solo lo sé, sino que lo he dicho). Sé también que colectivamente no se asume por parte de los partidos con vocación de gobierno que muchas de las bases sobre las que se asentó la Transición hoy están podridas. Que la mayor parte de la población española no pudo votar la Constitución Española que marca las reglas del juego.

Es preciso cambiar muchas cosas. Desde la organización territorial hasta la ley de Partidos, la financiación de estos, el modelo de democracia participativa, la propia organización interna de las formaciones políticas… Hay que abrir ventanas. Es verdad, hay que cambiarlo.

Como estamos atravesando Navarra, me viene a la mente aquella cita de un personaje de Azpeitia que en su juventud estuvo muy vinculado a la propia ciudad de Pamplona. Decía Íñigo (Ignacio) de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, concretamente en el 318, que «en tiempo de desolación no hagas mudanza». Hay quien cambia «desolación» por zozobra, da igual.

San Ignacio, tan equivocado en muchas otras cosas, tenía «más razón que un santo» (perdonadme la broma fácil) en esta proposición.

La crisis económica se ha convertido en crisis política, ideológica, de principios, de cohesión social… Además, para colmo, «los de siempre» han aprovechado que el Francolí pasa por Tarragona para hacer retroceder los derechos sociales y políticos hasta niveles que en el propio franquismo no se habrían imaginado.

La derecha española, como ya pergeñé en otras páginas, no es que sea la más conservadora de Europa. De hecho, yo no creo que sean de derechas en sentido estricto. Lo suyo no es ideológico, aunque sí haya un trasfondo ideológico. No es que pretendan un modelo de construcción social de «padre autoritario», por usar una definición de Lakoff. El PP (o los pepés, que en realidad hay muchos), no es sino la estructura de poder encaminada a mantener y potenciar los privilegios de unos pocos, en general sectores económicos, la Iglesia entre ellos, a expensas de la mayoría. Y esto no es una ideología, es una práctica política, que es bien distinto.

Esta realidad, es cierto, dificulta enormemente cualquier atisbo de modificación de las reglas de juego, pero la manera de cambiarlo es en la calle, en las plazas, en las tertulias, en el plano de las ideas, del discurso, con pedagogía, convicción, ideas claras… O sea, mediante una transformación social que si bien comenzó a darse de una manera importante en tiempos de Felipe González –y en alguna medida con Rodríguez Zapatero y hasta me atrevo a decir que con Montilla– aún estamos muy lejos de alcanzar.

¿Qué a nuestros votantes les gustaría que fuésemos más allá en políticas de regeneración económica, social y democrática? ¡Seguro! A mí también. ¿Qué a nuestros votantes, en alguna ocasión, les resulta más cómodo orientar su voto a otras formaciones de izquierdas que les regalan la oreja con aquello que desean escuchar? Es comprensible. Pero no siempre es sensato.

Lo diré hasta la saciedad. No se pueden hacer trampas.

Permítaseme, al hilo de esto, criticar unas recientes declaraciones de alguien a quien admiro profundamente y que no se ha caracterizado nunca por hacer un discurso tramposo: Odón Elorza. ¡Pero qué buen tipo es Odón y hay que ver cómo me gusta en general su discurso!

Elorza proponía hace pocos días excarcelar a Arnaldo Otegui. El hecho concreto es que, con razón o sin ella, el político vasco es considerado «preso político» por docenas de organizaciones de defensa de los derechos humanos en todo el mundo. Yo soy el primero que no entiende muy bien que la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo y el propio Tribunal Constitucional hayan promovido, confirmado y mantenido su encarcelamiento por el caso Bateragune. No lo entiendo. Ni lo comparto pero, ¿la alternativa es, una vez más, obviar las reglas de juego? No, y es lo que propone Odón.

Pero volvamos al Camino, que bastante tabarra os estoy dando con esto de la política.

Nosotros sí que podemos (2a parte)



"Nosotros sí que podemos (introducción)

(continuación)

Decirle a la población que se pueden hacer trampas nos aboca a un abismo de incivilidad cuyas consecuencias son inciertas. Para mí sí ha de existir el derecho o la posibilidad de votar sobre la relación que tienen “España” y Catalunya, pero para eso hay que centrarse en primer lugar en modificar y adaptar las reglas del juego a la realidad, o en todo caso, aceptar una consulta a priori en nada vinculante. Pero unos no quieren mover un ápice su postura, y los otros tienen demasiada prisa, y han decidido ya no que no quieren sentarse a dialogar. Es exasperante para mí. Lo son las dos posturas enfrentadas. Porque como he dicho en alguna ocasión también en Tuiter, me indigna y hace que me hierva la sangre igualmente, el anticatalanismo jaleado por la derecha española, como la falta de respeto hacia España por una parte de la parroquia independentista.

Una vez se decide que la partida se desarrolla con las reglas que uno, unilateralmente, decide establecer –en mi casa se juega así al parchís–, ¿dónde se fijan los límites de lo admisible?

A veces conviene hacer un poco de pedagogía democrática y explicar cómo funciona nuestro sistema, cuáles son estas reglas de juego. Conviene también explicar qué significan las palabras que usamos con frecuencia con tan poco rigor como mala leche. Unas reflexiones más arriba hacía referencia a la importancia del lenguaje como elemento manipulador de pensamientos e ideologías. Enfrentémonos al engaño haciendo algo tan revolucionario como llamar a las cosas por su nombre y explicar de qué hablamos cuando mencionamos este o aquel concepto.

Los padres de la Constitución del 78 fueron lo suficientemente ladinos como para, cuando fue preciso, inventar términos que pudieran sortear mal que bien las dificultades a que se enfrentaba la construcción del nuevo estado.

Simplificando mucho, una nación es un conjunto más o menos extenso de personas –PERSONAS– que se sienten copartícipes de un proyecto común. Ojo, he dicho se sienten, porque cuando hablamos de naciones hablamos de sentimientos. Los sentimientos, además, se construyen a partir de una lengua, de una historia común, de unas costumbres, una idiosincrasia, un folklore, una Cultura, en definitiva…

Aclarado esto, se ha explicado muchas veces que existen todas las modalidades imaginables: estados plurinacionales –como el Reino Unido–, naciones divididas en estados distintos –como le ocurría a Alemania hasta la unificación–, naciones repartidas en diferentes estados en los que coexisten con otras naciones –pienso en los kurdos por no poner ejemplos más cercanos–, naciones sin estado –como le ocurría a la nación judía hasta 1948– y, lo más común, naciones-estado.

De hecho, parece natural que si un conjunto de personas alberga unos fuertes sentimientos de pertenencia a una comunidad, estas personas deseen dotarse del más alto nivel de autoorganización que sea posible.

Ahora bien, ¿quién decide lo que se siente? ¿Quién decide lo que se debe sentir? ¿Y lo que sienten otros? Y puestos a hacer preguntas complicadas, ¿qué ocurre si Antonia se siente parte de la misma nación que Pep pero este no se siente connacional de Antonia? Y si Antonia y Pep residen a mil kilómetros, incluso podríamos responder «lo lamento por Antonia pero yo también quiero ser pareja de Juliette Binoche (¡qué guapa estaba en La insoportable levedad del ser!) y ella no quiere nada conmigo», ¡ahora bien!, ¿y si Antonia y Pep comparten escalera?

Quien pretenda hacer simplificaciones con estos conceptos o es un perfecto estúpido (que los hay) o, sencillamente, es deshonesto consigo mismo y con los demás.

Decía antes que los padres de la Constitución, entre ellos algunos catalanes, sabían esto y jugaron con las palabras y los conceptos hasta alcanzar un extraño concepto que se construyó más a partir de pactos de no agresión que de convicciones sinceras. De ahí que la palabra nación se usa para España y, sin mencionarlo, cuelan de rondón una voz hasta entonces inexistente. Me cuentan que el creador del palabro nacionalidad fue el siempre sagaz Herrero de Miñón. No lo sé con certeza. No estuve en aquellas jornadas de encierro en el madrileño monasterio del Paular pero digamos que la idea me resulta coherente con el personaje.

Por otra parte, más allá de algunas referencias tangenciales en las disposiciones adicionales o transitorias de la Carta Magna, nada se dice en el texto de cuáles son esas nacionalidades, aunque todo el mundo tenía claro que serían vascos, catalanes o gallegos que, por otro lado, habían tenido algún estatuto de autonomía o régimen administrativo especial antes de 1936.

Y nos valió en aquél momento. O nos tuvo que valer. Ni a la nación catalana le hacía ni pizca de gracia aquello de la «nación española», indisoluble además, ni seguramente a Fraga y su cohorte de falangistas a medio reciclar les gustó ni un pelo lo de las nacionalidades, pero era aquello o no sacar un texto común de ninguna de las maneras. Fueron las reglas de juego. Y las aceptamos.

Más adelante, estas se completaron con unos mecanismos de acceso al autogobierno por la vía de apremio (art. 151 de la CE) a las que, para sorpresa de muchos, no solo se acogieron catalanes, vascos y gallegos sino también Andalucía.

Por último, se fijaron en los artículos 148 y 149 una serie de competencias exclusivas del Estado y otras susceptibles de ser traspasadas a las comunidades autónomas.

Las leyes que organizan el autogobierno –los estatutos de autonomía–, eso sí, debían ser aprobadas por las cortes españolas como leyes orgánicas.

Pues bien, con estas reglas de juego, una comunidad autónoma no puede convocar un referéndum sin la aquiescencia del Estado, ni de autodeterminación ni de nada. Decir lo contrario a la ciudadanía es, como indiqué antes, deshonesto. Sencillamente, es mentira.

Y lo digo alto y claro: soy partidario de que se celebre un referéndum; soy partidario del derecho de autodeterminación de los pueblos; Catalunya es una nación, le pese a quien le pese. Me siento ciudadano catalán y me siento ciudadano español. Me gustaría poder votar, me gustaría poder decidir que quiero que Cataluña forme parte de España –seguramente en otras condiciones administrativas y fiscales completamente distintas a las actuales, pero ese es otro asunto–, pero de ninguna manera estoy dispuesto a apoyar que el Estado de Derecho salte por los aires, como parecen pretender convergentes, republicanos y otros movimientos independentistas de más difícil descripción.

Con la misma claridad añado que no entiendo la torpeza de miras de un gobierno central empeñado en ningunear a las naciones –sí, he dicho naciones– periféricas, hacer que sentimientos cada vez más mayoritarios no puedan reflejarse en un cambio constitucional. No entiendo que se empecinen desde Madrid en alimentar extremismos que atentan contra los más elementales principios del sentido común. Pero por mucho que yo lo critique y todo lo que pueda estar dispuesto a intentar convencerlos de lo contrario, están en su derecho de ser así de torpes. Les votaron y ganaron unas elecciones. Y seguramente en este tema al menos, actúan normalmente pensando en su núcleo más radical. El más extremo. Al menos así me lo parece a mí.

¿Hay algo de neutralidad en mis palabras? Pienso honestamente que no. ¡Cuánto más fácil le resultaría al PSC situarse en las crestas de las olas del populismo! ¡Pero sí siempre hemos sido federalistas! Pero no somos tramposos.

domingo, 26 de octubre de 2014

Nosotros sí que podemos (introducción)



Ya he dicho con anterioridad que la realidad se convierte en obsoleta de un momento para otro. Desde que empecé a escribir estas líneas, a ratos sueltos y perdidos del verano, y previos y posteriores a él, es tal la cantidad de acontecimientos que han tenido lugar que resulta imposible terminar nunca el texto so pena de dejar de hablar de cosas que parecen imprescindibles.

Debo aclarar, no obstante, que nunca ha sido mi intención hacer un repaso constante a los temas de actualidad. Para eso no se dedica uno a reflexionar a propósito del Camino y no narra sus cuitas en este… No, para eso está la prensa, el Twitter y otros medios (incluido este blog, pero en otros apartados diferentes al presente). No es mi ánimo el de comentar uno a uno los más recientes sucedidos. Además, no acabaría nunca, pero parecería raro que, con la cantidad de acontecimientos que han acaecido en los últimos meses, no dedicara unas líneas a dar mis puntos de vista, no siempre ortodoxos pero que, por otra parte, son los que defiendo con mis compañeros y compañeras de partido, con la libertad dentro de la lealtad que siempre he sentido en el PSC.

El proceso soberanista avanza inexorable. Tengo la sensación de que la torpeza del gobierno central, unida al oportunismo de algunos, está propiciando un clima de alejamiento de Catalunya de España como no se había dado desde los tiempos de Felipe de Anjou.

Por otro lado, es sabido que en las guerras los neutrales son los primeros en caer. El PSC no es neutral pero desde mi convicción íntima de que es una fuerza política que se mueve en las siempre complicadas aguas del sentido común, corremos el riesgo de caer, precisamente, por parecer neutrales. ¡Y no lo somos, repito! Y asumimos ese riesgo creo que con valentía, con honestidad y, sobre todo, desde el más absoluto respeto que muchos no están mostrando hacia el pueblo catalán. Porque está claro que no estamos pensando en nosotros mismos (no en vano nos está costando una sangría de apoyos a un lado y a otro), sino en defender un espacio de cariño mutuo entre Catalunya y España. En encontrar esa otra España que se encuentra a momentos oculta entre la maleza, pero que lucha también por gritar que son otra cosa diferente, y que desean el entendimiento desde el compañerismo entre los diferentes pueblos de España. Me parece que el dramaturgo griego Esquilo era el que decía en una de sus obras que «la verdad es la primera víctima de las guerras». En el debate político no es muy distinto. Con frecuencia la verdad es la primera en fenecer. Confiemos en que no sea así.

La partida tiene unas reglas que, mejor o peor, son las que son mientras no se establezcan otras. Nos gustarán más o menos, pero en su momento decidimos colectivamente que eran las mejores posibles –quizá las menos malas posibles. No entraré ahora en las movidas y turbias aguas de la transición (¡incisivamente lo haría!), porque como decía el antes Molt Honorable Jordi Pujol, no toca, pero está claro, uno, que no se puede juzgar bajo parámetros actuales, pues por ejemplo, estaba el ejército como estaba después de recién acabada la dictadura, hasta el punto de llegar a fraguar un golpe de Estado; y dos, que no se cerró para los dos bandos por igual, por cuanto aún quedan muertos en las cunetas de nuestra denostada España.

Pero en fin, dije que no entraría. Solo esos dos apuntes para que se atisbe mi postura. Ya será fruto de algún “opinativo” posterior. Decía más arriba que romper unilateralmente estas reglas de juego es, así de simple, hacer trampas. No lo encuentro justificado, no al menos hasta que yo mismo no llegue hasta el nivel de exasperación que refieren algunos, como también he remarcado en algún tuit de últimamente. Que es como decir que si siguiéramos con esa espiral de estupidez por parte del anticatalanismo recalcitrante en España, podría llegar a plantearme un cambio de postura. Pero en todo caso, me supone un esfuerzo que a día de hoy no estoy dispuesto. Porque conozco muchas personas que representan la España que deviene por ejemplo, de la línea de pensamiento de la que forma parte la Generación del 27. Y no me veo capaz de mirarles a los ojos a espetarles que me quiero ir. Ese nivel de exasperación que alegaba antes debería así superar la línea del cariño que me une con esa otra España que sé que hay.

[continuará...]

[si hay curiosidad, aconsejo este artículo de opinión publicado por The Guardian: , donde se resume parte de mi pensamiento al respecto de esta cuestión en plena efervescencia.]

sábado, 25 de octubre de 2014

EL CORREDOR DEL MEDITERRANI I EL TERCER FIL



Les diferents administracions han tractat aquest tema en els diferents instruments de planejament de què disposen. El Ministeri de Foment va redactar el “Plan Estratégico de Infraestructuras y Transporte 2005 – 2020” (PEIT) on preveu una xarxa d’altes prestacions que circularà per l’interior del territori, no preveient cap actuació a la línia actual de la costa i proposa mantenir el transport de mercaderies per aquesta línia.

La Generalitat de Catalunya va redactar el Pla d’infraestructures del transport de Catalunya 2006 – 2026 (PITC) amb l'objectiu de definir de manera integrada la xarxa d'infraestructures viàries, ferroviàries i logístiques necessàries per a Catalunya amb l'horitzó temporal de l'any 2026.

Aquest pla territorial sectorial recull la previsió de mantenir l’ample ibèric a la línia de la costa (des de Tarragona fins a Blanes, aproximadament) i destinar aquesta línia només al transport de viatgers. Respecte el transport de mercaderies, aquest pla preveu adequar la via existent i fora d'us  de Reus –Roda de Berà (amb una previsió de pressupost de 180 milions d’euros) i realitzar el transport de mercaderies per aquesta línia i continuar per Vilafranca del Penedès. Les mercaderies procedents de l'arc mediterrani espanyol  del Port de Tarragona (i la indústria química) connectarien amb aquesta via sortint cap a l’est amb un nou ramal de connexió amb la proposta de Corredor del Mediterrani.

D’altra banda, el Pla Territorial del Camp de Tarragona (redactat també per la Generalitat de Catalunya), concreta amb més detall les propostes del PITC i defineix les noves línies de ferrocarril que caldria construir per tal de desenvolupar-lo.

Aquest pla proposa, a més a més de la connexió del Port de Tarragona amb la línia Reus – Roda de Berà, realitzar el transport de mercaderies per ferrocarril de manera exclusiva per aquesta via, desafectar la façana marítima de la línia de ferrocarril i construir una nova línia que creui la ciutat de Tarragona per l’interior de la mateixa, amb una nova estació intermodal a la rotonda de la plaça Imperial Tarraco.

L’Ajuntament de Tarragona, en el seu POUM, i també arrel del seu Pla 2022 fet amb àmplia participació social i ciutadana, i dels compromisos de ciutat allà plasmats, assumeix com a pròpia la proposta de la Generalitat de Catalunya d’alliberament de la façana marítima i trasllat de la línia per l’interior de la ciutat, i proposa una nova alternativa consistent en desviar la línia de la costa per l’interior fins arribar pràcticament a la punta de la Mora, on connecta amb la línia existent.

Així, doncs, entre les diferents administracions actuants, tant la Generalitat de Catalunya com l’Ajuntament de Tarragona són ambdós partidaris de realitzar el trànsit de mercaderies per la línia Reus – Roda de Berà i proposen alliberar la façana marítima construint una nova línia per l’interior de la ciutat. Podriem fins i tot contemplar mantenir, de manera provisional, l’actual traçat del ferrocarril per la façana marítima i destinar-lo exclusivament al trànsit de viatgers.

El Ministeri de Foment, per tal de solucionar ràpidament el problema de la diferència d’ample de via de la xarxa ibèrica i europea i facilitar la lliure circulació de viatgers i mercaderies a tot el territori europeu, ha projectat l’execució d’un tercer fill ferroviari a la línia de la costa, que permetrà la circulació de trens des de Cadis fins a tota Europa. Aquesta actuació consisteix bàsicament en instal·lar un tercer carril a la via existent, sense modificar-ne el seu traçat.

En BOE de febrer de 2013 es van publicar els anuncis de licitació de les “Obras para la implantación del ancho estándar en el corredor Mediterráneo. Tramo: Castellbisbal – Murcia. Subtramo: Sant Vicenç de Calders – Tarragona – Nudo Vilaseca”, conegut com a “tercer fil”. Fins a la publicació al BOE de la licitació del projecte, l’Ajuntament de Tarragona no era coneixedor del contingut del mateix.

Després d’infructuosos intents de tancar un acord per escrit amb el Ministeri o amb ADIF, malgrat totes les bones paraules, el dia 16 d’agost de 2013 l’Ajuntament de Tarragona va sol·licitar al Ministeri de Foment la revisió d’ofici per a la declaració de nul·litat de ple dret de la licitació corresponent a aquelles obres, al·legant així “vuelo pluma” que no es van seguir les següents fases:

- Resolució del Ministeri de Foment pel que s’encarrega la redacció i execució del projecte.

- Estudi informatiu previ amb la corresponent avaluació ambiental.

- Informació a les Comunitats Autònomes i Entitats Locals afectades.

- Exposició al públic de l’estudi.

- Tramitació ambiental pertinent.

- Aprovació del projecte.

Tampoc es va redactar un estudi d’impacte ambiental que analitzés l’afectació de les obres de construcció del tercer fil, havent-hi unes molèsties evidents als càmpings de la ciutat, als quals és indispensable assegurar-los la possibilitat de millora, atenent als propis interessos turístics de la ciutat i resta de territori. En aquest cas es va sol·licitar que la Generalitat de Catalunya es pronunciés sobre la necessitat de què el projecte es sotmeti a l’avaluació d’impacte ambiental.

El Ministeri de Foment respon el dia 7 d’octubre de 2013 no admetent les al·legacions presentades per l’Ajuntament de Tarragona. En base a aquesta resposta, l’alcalde de de Tarragona signa un decret el dia 29 de novembre de 2013 on resol interposar, davant la Sala Contenciosa Administrativa de l’Audiència Nacional, anunci de recurs contenciós administració contra la resolució del Ministeri de Foment, que es formalitza el dia 9 de desembre de 2013. Aquest recurs encara està pendent de resoldre’s a data d’avui. I per nosaltres, depén totalment d’una reacció per part del Ministeri.

Paral·lelament a aquest procediment, l’Oficina de Projectes de l’Ajuntament de Tarragona s’encarrega d’estudiar el projecte licitat pel ministeri de Foment. Es reuneixen amb al Director General de Transports de la Generalitat de Catalunya el dia 25 de març de 2013 per tal de recavar tota la informació possible i conèixer el posicionament de la Generalitat de Catalunya. En aquesta reunió es va lliurar per fí un exemplar del projecte a l’Ajuntament de Tarragona.

El dia 19 d’abril de 2013 es celebra a Béziers la 6a Cimera de Ciutats per a l’Alta velocitat i la Interconnexió Ferroviària del Corredor del Mediterrani. En aquesta cimera es va presentar per part de l’Ajuntament de Tarragona la proposta de què el tercer fil fos provisional en el seu pas per Tarragona, establint un horitzó de 15 anys. Malgrat tot, a la declaració signada a la cimera en data 19 d’abril de 2013 no es recull aquest aspecte de la provisionalitat del traçat del tercer fil, si bé sí que indica que en el Camp de Tarragona la planificació ferroviària és particularment complexa i que la recuperació de la línia Reus – Roda de Berà per als trens de mercaderies representa una oportunitat per a reordenar l’esquema ferroviari actual.

L’Oficina de Projectes fruït de l’estudi del projecte, informa que aquest planteja les obres com a treballs de manteniment de la infraestructura, si bé d’acord amb el Text Refós de la Llei de Contractes del Sector Públic es tracta d’una obra de reforma.

En aquest mateix informe es valoren les conseqüències que suposen per a la ciutat l’execució del tercer fil, com és la impossibilitat d’alliberar el front marítim de la ciutat, la impermeabilitat que suposa aquesta infraestructura, l’increment del trànsit ferroviari (sobretot de mercaderies) i de l’impacte acústic i visual que comporta aquest increment de trànsit i la incertesa del correcte funcionament d’aquesta tecnologia.

Així mateix, l’ODP presenta una sèrie de propostes d’actuació per tal de minimitzar al màxim els efectes negatius que comportarà l’execució del tercer fil a la ciutat de Tarragona, que es recullen a continuació:

- Connectar l’estació de Tarragona amb la línia d’alta velocitat a l’Arboç, de tal manera que es permeti la circulació de trens d’ample europeu entre la línia d’alta velocitat i l’estació de Tarragona. D’aquesta manera es permetria connectar Tarragona amb Barcelona per la línia d’alta velocitat.

- Construir passarel·les urbanes per a reduir l’efecte barrera que comporta l’estructura ferroviària, facilitant el pas de les persones per sobre de les vies del tren i connectar la ciutat amb la costa.

- Modificar les andanes de l’estació per tal de facilitar l’accés a discapacitats, eliminar barreres arquitectòniques i reduir la perillositat de les andanes existents.

- Reduir el nombre de vies de l’estació, permetent alliberar espai per a la construcció de les passarel·les i l’adequació de les andanes.

- Suprimir la via d’apartat davant de la façana marítima per tal de reduir l’impacte visual que suposa aquesta infraestructura.

- Construir barreres acústiques i visuals per tal d’integrar la plataforma ferroviària a l’entorn urbà i minimitzar el seu impacte a l’entorn.

Aquestes propostes no es van arribar a concretar en cap acord ni document que comprometés al Ministeri de Foment.

La situació actual que afecta a la ciutat de Tarragona és que el Ministeri de Foment ha adjudicat les obres de construcció del tercer fil per la línia existent al front marítim de la ciutat, entre la ciutat i la costa, obviant les propostes de mínims de millores proposades per l’Oficina de Projectes de l’Ajuntament de Tarragona.

L’Ajuntament de Tarragona ha sol·licitat REITERADAMENT al Ministeri de Foment i a ADIF una reunió per tal de concretar el traçat del tercer fil i disposar d’uns mínims d’informació, sobretot tenint en compte la confusió mediàtica que hi ha al respecte, però fins a la data no s’ha rebut cap resposta per part del Ministeri.

L’alternativa bona per la ciutat de Tarragona seria desviar les mercaderies per la línia de l’interior (línia Reus-Roda de Berà) i deixar la línia actual només per al transport de viatgers. Aquesta actuació, que està d’acord amb les determinacions recollides al respecte per la Generalitat de Catalunya en els Plans Territorials, com a mínim, alliberaria a la ciutat d’un pas més molest i continu de convois, evitaria afectacions negatives als càmpings, i ens seguiria garantint altes prestacions a l’estació de Tarragona.

Caldria construir una infraestructura ferroviària que connectés el port de Tarragona amb el traçat de la nova via de connexió del corredor del mediterrani amb la línia d’alta velocitat. I des d’aquesta via es podria circular amb ample europeu fins a l’estació d’intercanvi de Roda de Berà o bé continuar per la línia d’alta velocitat fins a la connexió amb França.

Actualment tenim la plataforma del Corredor el Mediterrani, que preveu la connexió amb Tarragona emprant la via de Reus, però només en sentit d’entrada a la ciutat.

Caldria construir una altra que permetés la sortida de Tarragona per la via de Reus amb la nova infraestructura i la sortida de trens des de Tarragona cap al nord.

Però vet aquí que som persones responsables. I estem disposats al sacrifici que comporta el 3er FIL, pel bé de la competitivitat de les nostres empreses i del nostre Port, i així, directament, pel bé dels treballadors i treballadores de la nostra àrea metropolitana, representats pels seus sindicats, amb els que ens hem compromés.

És el més ràpid, és el més pràctic, i és el més convenient donada la complicada situació de crisis.

Però som conscients, i així també ho volem deixar clar, que comporta un sacrifici per la ciutat. Per una generació de tarragonins que té moltes ganes de què Tarragona miri d’una vegada cap al mar, i que haurà d’esperar, per veure alliberat el front marítim.

Per tant, hem d’aconseguir un compromís per part del Ministeri de Foment que determini la provisionalitat d’aquest 3r FIL, que acceptem com a tràgala responsable, i que tiri endavant les prudentíssimes peticions que fa la ciutat de Tarragona.

També es planteja com, a inqüestionables, la reforma i ampliació de l’actual estació ferroviària amb les corresponents passarel·les, i pantalles acústiques, i que s’inclogui dins dels pressupostos de l’Estat immediatament el pas soterrat per la plaça dels Carros, el de cotxes, tal i com s'havia promés.

Necessitem un gest. I ràpid. Hem estat obviats. Estem obviats. I ens sentim quasi despreciats. Hem acceptat la proposta del 3er FIL per pura responsabilitat i sentit de ciutat. En un intent d’ajudar a la millora de l’economia, per consciència amb la situació que estan passant les families i empreses del nostre entorn. Pel Port de Tarragona. Però no siguem frívols; si que és un sacrifici, i si que tenim un horitzó estudiat, i planificat, que sabem que seria el millor per la ciutat, al que estem renunciant. Separar el trànsit de mercaderies del trànsit de viatgers, fent circular els trens de mercaderies per la línia de l’interior (Reus – Roda de Berà) i els trens de viatgers per la línia de la costa, tal i com es preveu al Pla Territorial del Camp de Tarragona i al POUM.

Si renunciem això, és com els he dit, pel bé del territori, però cuidado que no es jugui amb la dignitat de la ciutat de Tarragona de nou. Perquè seria la pròpia ciutadania la que ja no acceptaria les renúncies que comporta aquest NECESSARI 3er FIL, si no es garanteixen les petites, i ja he dit, prudents contrapartides, que demana l’Ajuntament per minimitzar les possibles afeccions negatives.

Aquestes demandes són el mínim del mínim. I absolutament indispensables per la ciutat de Tarragona.

domingo, 19 de octubre de 2014

A Pamplona hemos de ir (3ª parte: entrada a la ciudad)

Seguimos las marcas amarillas y frente a nosotros brota uno de los skyline más bellos que recuerdo haber contemplado. El de la vieja Iruña. ¡Qué flipe! Esto nadie nos lo había advertido.

Las señales nos meten, desde Burlada, por un camino cómodo y perfectamente indicado, hacia las afueras de Pamplona. Nos cuentan que aquello es la Rotxapea. Nos acompañan una chicas, en el entorno de los veinte, simpáticas, con las que no recuerdo bien por qué empezamos a entablar conversación, y que, al parecer, hacían el Camino movidas por razones más místicas que las nuestras. Vamos, que olían a incienso parroquial que tiraban para atrás.

La madre de una de ellas, al parecer, era de Pamplona y algo conocía la ciudad, cosa que nos vino muy bien aunque, la verdad, parecía haber frecuentado más oratorios que bares. Más tarde descubrimos algún tipo de vínculo entre aquellas chicas y la Obra de don (san) Josemaría Escrivá de Balaguer.

Frente a nosotros y tras el río Arga, que estábamos atravesando por el moderno puente de los Descalzos, se erguían imponentes unos lienzos intactos de la muralla de la ciudad, con sus casetas de vigilancia (vacías, al parecer).

El Arga, por cierto, se veía sano, caudaloso, de una ligera tonalidad verde que no parecía contaminación preocupante. Unos patos de variados cromatismos completaban la apacible escena.

–Tengo que hablar con Pep Félix. Mira, papá cómo está el Arga y cómo tenemos al Francolí.

-¡Pero hijooooooooo! Desconecta.

Cruzado el río, las marcas del Camino nos indicaban una empinadísima subida a nuestra derecha, como para escalar aquella recia y medieval fortificación. La opusina-jefa, como dimos en denominarla mi padre y yo con más mala leche que caridad cristiana, asumió el liderazgo de todo el grupo y nos sugirió hacer caso omiso de la pintura amarilla y doblar a la izquierda.

–Por aquel lado se sube hacia la parte alta de las murallas, por la Puerta de Francia y se asciende hacia una zona muy bonita de la ciudad, pero por aquí también se puede subir, el ayuntamiento está muy cerquita y os enseño el recorrido del encierro.

–Ah, pues vale, estupendo y agradecidos –asentimos.

La muchacha, Camino, dijo llamarse (¡sí!, ¡Camino nos guiaba en el Camino!), nos fue indicando, asumido su papel de cicerone, dónde se encontraban los, en ese momento, inexistentes corrales del Gas, dónde los de Santo Domingo. Nuestras piernas ya cansadas tras una larga jornada de marcha comenzaron a progresar por aquella otra cuesta, parece que la última del día que, según nos decía Camino, llevaba hasta el Ayuntamiento y la iglesia de San Saturnino, cerca de la cual había un albergue de peregrinos.

–¡Anda! ¡Si en la tele parece más grande! –exclamó otra de aquellas pías doncellas.

–Jajajaja –rió Camino–. Eso mismo dije yo la primera vez que me trajeron mis padres.

La Cuesta de Santo Domingo, en medio de la cual nos mostraron una oquedad en el muro en la que, según se nos indicó, se colocaba a san Fermín para «rezarle» antes de los encierros, nos pareció increíble. La verdad es que aquel entorno, tantísimas veces visto por televisión, impresionaba.

Nos encontrábamos en la plaza Consistorial que, efectivamente, provocaba una súbita extrañeza por sus dimensiones reducidas pero, vamos a ver, ¿no dicen que la tele adelgaza?

También impresionaba la majestuosa fachada del edificio del ayuntamiento. Camino, que se demostró buena conocedora de aquel cuidado casco viejo, nos narraba los detalles del Chupinazo, nos paseó por las calles Estafeta y Mercaderes antes de dejarnos a la puerta de una curiosa y muy bien cuidada iglesia gótica a la que llamó «San Cernin». Para ello, debimos alcanzar casi la inmensa plaza de toros de Pamplona y posteriormente volver sobre nuestros pasos. A la vuelta, en la plaza consistorial nos mostró un plano grabado sobre los adoquines del suelo en que se veía la distribución en burgos que tenía la ciudad durante la Edad Media: Burgo de los Franceses, o de San Cernin, Burgo de la Navarrería y Burgo de San Nicolás.

–Pero, ¿esta no es la iglesia cuyas torres veíamos desde el río? –inquirí.

–La misma –nos aclaró nuestra improvisada guía.

–¿Y no nos dijiste que era San Saturnino? ¿Es también la de San Fermín?

–No, no, «San Fermín», no, San Cernin, con ce y pronunciada como palabra llana. Cernin, es Saturnino en francés. San Cernin y San Saturnino es lo mismo. San Cernin es el patrón de Pamplona. Fijaos en el suelo, por favor.

En aquella curiosa capital, para enterarse de las cosas había que andar mirando con un ojo hacia arriba y otro hacia el suelo. La admiración que me producían aquellas cuidadas arquerías medievales que daban entrada al templo nos habían hecho obviar una placa circular con una inscripción que había ubicada en el suelo. Al parecer, bajo aquella losa se encontraba el pozo –pocico, en denominación local– con cuya agua fueron bautizados los primeros cristianos de la localidad.

–Coño, ¿y san Fermín? A ver qué está pasando aquí.

–San Cernin –comenzó a explicar Camino– fue un santo francés del siglo III que, entre otras cosas, anduvo predicando por Pamplona y bautizó a san Fermín con agua del pozo. Aunque en castellano el nombre es Saturnino, aquí todo el mundo lo llama por su nombre original y, efectivamente, es patrón de Pamplona y se celebra el 29 de noviembre. San Fermín y san Francisco Javier son copatrones de Navarra.

Vaya usted a saber qué razones me movieron a hacer una peregrina (valga la redundancia) reflexión sobre lo que nos contaba Camino. En mi memoria brotó el dato de que San Francisco Javier se celebra el 3 de diciembre. Recordemos, además, que en todo el Estado, los 6 y 8 de diciembre son fiestas «nacionales», ¡pero estos, además, hacen fiesta el cercano 29 de noviembre!

–Efectivamente, es lo que llaman aquí el Puente Foral –aclaró nuestra informadora ante mis festivas reflexiones.

–¡Cágate, lorito! Menos mal que en Tarragona no hay de esto.

Mi extrañeza ante todas aquellas explicaciones relativas a santos y mártires contrastaba vivamente con el entusiasmo del resto de nuestras compañeras de viaje que, alborozadas ante los saberes de su hermana en Cristo, hacían fiestas y reclamaban, como si de un concierto de rock se tratara, que tocara una más.

La duda, no obstante, que en mi maldad me corroía desde hacía unas horas, estaba a punto de disiparse. ¿Iban todas aquellas muchachas a compartir un ambiente tan aparentemente promiscuo como el de un albergue de peregrinos?

–Bueno, oye, que estamos cansadas. Os dejamos a la puerta del albergue. A estas horas aún habrá plazas en este de aquí –dijo la chica señalando un edificio anexo a San Cernin.

–Anda, ¿y vosotras?

–Tenemos plaza reservada en un albergue de chicas que hay detrás de la catedral. Además, queremos dejar las mochilas, refrescarnos un poco e ir a misa de siete y media a San Lorenzo. ¿Vosotros vais a misa?

   Mi cara de perplejidad y la hilarante sonrisa que se escapó de la comisura de los labios de mi padre parecieron ser suficiente respuesta ante aquella pregunta que se nos antojaba tan extraña.

Nos dieron la mano a modo de despedida, en lugar de los dos besos que en nuestra cultura son más habituales, y las vimos marchar en dirección a la que nos habían presentado como plaza del Castillo. No las volvimos a ver.

Ya alojados, duchados y despojados de mochilas y botas, pudimos pasear aquel apasionante y cuidado casco viejo de Pamplona en el que casi en casa esquina yo iba tomando notas por si algún detalle o solución podía valer para nuestra Tarraco. Al fin y al cabo, Pamplona, en latín Pompilium, también había sido fundada por legiones romanas, de Pompeyo en este caso. Eso sí, no era una creación ex novo sino que sus primeras murallas se levantaron alrededor de un antiguo enclave vascón llamado Iruña.

Aún sigo dándole vueltas al ascensor que atraviesa el lienzo de las murallas desde la parte baja de la cuesta de Santo Domingo, junto al Arga y auxilia la ascensión hasta un bonito mirador situado en la parte más alta que se encuentra ya en pleno casco viejo. ¿Y esto en Tarragona?

–Papá. ¡Tengo que hablar con el alcalde!

**

Tras la cena, mi padre se fue a descansar y yo aproveché para dar una vuelta en soledad, y tomar un refresco en un rincón tras la catedral que me pareció absolutamente encantador. Hacía frío y no iba yo preparado para éste, acostumbrado a mi julio de estilo más mediterráneo; formaban mi atuendo una camisa, unos pantalones cortos y unas chanclas, y doy mi palabra de que terminé en el Redín, en el Caballo Blanco, por casualidad. Una vez sentado, en silencio, reparé en que la residencia de nuestras transitorias compañeras no debía de andar muy lejos.

La terraza de este bar es, me dicen, quizá, el más entrañable rincón de Pamplona. Sobre las murallas, en un entorno medieval, está pegado al centro de la ciudad, de hecho, se encuentra detrás de la catedral, pero separado de esta por un angosto y precioso callejón. Desde lo alto de la terraza se divisan monten y llanos hasta donde alcanza la línea del horizonte.

La soledad y la escasa afluencia de público en aquel momento me permitieron charlar con uno de los camareros. Este me explicó que aquel bar, de arquitectura abiertamente medieval, era una propiedad municipal cuyo concesionario era ¡un sueco! Me habría gustado charlar con el sueco pero parece que en aquellos momentos se encontraba fuera del local.

Una semanas más tarde, repasando mis notas y buscando información, me enteré de que el precioso edificio de piedra, adornado con vistosos y coloridos ventanales, en realidad había sido levantado en pleno siglo XX con los restos de otro palacete que mi escaso conocimiento de la ciudad me impidió ubicar. Decididamente, se puede volver a Pamplona en busca de ideas.

Paseando mis ojos sobre las murallas, sentado en aquella apacible y fresca terraza, volví a acordarme George Lakoff y su elefante “socialista”.





lunes, 13 de octubre de 2014

A Pamplona hemos de ir (2ª parte)

Pero que llevaba yo ya tiempo dándole vueltas a esto del socialismo y El Camino y ya hace algunas páginas que amenacé con extenderme sobre este asunto.

Ser socialista, socialdemócrata, no es fácil. En general, no es fácil militar en un partido político y menos con la que está cayendo. Seguramente nos equivocamos menos de lo que se dice pero el hecho es que erramos mucho más de lo razonable y cada calamidad perpetrada por un político, sea del color que sea, adquiere unas dimensiones que no se ajustan, casi nunca, a su importancia si nos limitamos a atender los principios más elementales del sentido común. Para empezar, son muchas las personas con cargo público que afrontan su día a día con espíritu de servicio, e incluso me atrevería a decir que son más que las que no.

Además, en la calle existe la insólita y recurrente idea de que si un servidor público de un partido determinado comete un desaguisado, real o aparente, todas las personas de ese partido e incluso del partido hermano, caso PSOE-PSC, somos corresponsables, debemos defender a ultranza el despropósito y, por supuesto, somos víctimas propiciatorias de toda suerte de iracundias que puedan salpicar la calle, la prensa o, casi siempre, el ciber espacio.

Facebook y en mayor medida Twitter son campos bien abonados para que nos caigan bofetadas –a veces merecidas– día sí, día también. Para colmo, esta extraña organización política que surgió de la Transición (hablo en general de los partidos políticos) nos intenta inclinar muchas veces a responder (y defender) antes al partido que a nuestros ciudadanos, lo que indefectiblemente va minando de manera paulatina la relación entre administración y administrados. Aquí podríamos hablar de listas abiertas y de circunscripciones electorales, pero para más adelante. Y en general no me quejo, ¡eh! Al fin y al cabo, yo soy concejal en una ciudad de tamaño humano, me dedico a asuntos mundanos que tienen que ver con el ciudadano de a pie y cuando el debate se sitúa en el campo de lo material, de lo concreto, es más difícil salirse por los cerros de Úbeda. Y aunque no me gustan los privilegios, me considero un privilegiado en todos esos sentidos.

¡Pero qué difícil es el ejercicio político e ideológico dentro de la socialdemocracia!

Somos (¿hemos de ser?) radicales pero no extremistas, en un mundo en que la perversión del lenguaje nos lleva a mezclar términos, hasta el punto de que en ocasiones una palabra se asocia a un concepto ¡y a su contrario!

Somos gentes de izquierdas –luego veremos qué significa y qué no significa eso– pero no abogamos ni trabajamos por tumbar este sistema (aunque no nos guste), al menos mientras no haya otra alternativa. Creemos que es infinitamente mejorable en la misma medida en que creemos que, gobernado exclusivamente desde la Política, es infinitamente mejor que otros experimentos que se han puesto en marcha a lo largo de la historia.

Creemos en la libertad pero ninguna libertad, ningún derecho, es razonable ni admisible en términos absolutos. Por eso creemos en la propiedad privada pero también en la no-libertad para disponer de los propios bienes de manera arbitraria, en otras palabras, creemos en la función social de la propiedad privada, en los impuestos, y pensamos que el que más tiene, es el que más tiene que devolver al colectivo. ¿Devolver?, ¿he dicho devolver? Ah, sí, claro, pero es que también parecemos haber olvidado que nacemos libres, iguales y desnudos en un mundo que en buena medida se haya privatizado pero cuya naturaleza inicial es indiscutiblemente colectiva. Ufff… marxismo…

Cuando un individuo paga un impuesto no hace sino devolver una parte mayor o menor de lo que previamente ha detraído al conjunto de la naturaleza, género humano incluido, claro está.

***

Uno de los libros sobre debate y análisis político que más me ha gustado en los últimos años se llama "No pienses en un elefante", es de un pensador estadounidense que se llama George Lakoff. Tengo entendido que en algún momento actuó como asesor del PSOE. El subtítulo de la obra, de la que hablaremos con más detalle, es «lenguaje y debate político».

¡Qué cosa esta la del lenguaje! ¡Qué capacidad tiene la herramienta de comunicación para crear realidades, ideologías, filias y fobias! Y, sobre todo, como bien saben los poderosos desde antiguo, qué capacidad tan extraordinaria tiene el lenguaje para manipular.

Hay realidades asociadas al lenguaje que si bien son conocidas por cualquier persona mínimamente formada, su existencia suele negarse o, peor aún, obviarse. Por ejemplo: «solo se sabe lo que se sabe decir». Los conceptos adquieren realidad cierta en nuestro cerebro cuando somos capaces de asociarlos a un enunciado concreto y preciso. Cuando los expresamos con palabras, que ya de por sí también, son imperfectas.

Otro aspecto lingüístico básico es aquel que reza «aquello cuyo nombre desconocemos, para nosotros, no existe». A este apunte podríamos añadirle otro del que la derecha ha renegado sistemáticamente, interesada como ha estado siempre en ser la única detentadora de pensamientos y conciencias: «el lenguaje conforma y condiciona los esquemas mentales»*.

Este último aforismo es el que justifica esa cosa que tenemos las personas más sensibilizadas con la igualdad de género de referirnos a la gente en masculino y femenino.

¡Ah!, ¿Qué en este libro no hablo de peregrinos y peregrinas y con demasiada frecuencia cometo la insensatez de usar el masculino como género no marcado? Pues sí, es verdad. Además de los señalados, otro principio relacionado con el lenguaje es el de la «economía de medios» que, como también es sabido, es inherente al desarrollo de los idiomas al menos desde que por Europa y Asia se entendían en indoeuropeo.

Sé que el lenguaje inclusivo, el que hace referencia a las personas, mujeres y hombres, es importante. Quien escuche mis discursos, cuando me toca hacer intervenciones públicas, percibirá que soy cuidadoso, intento ser respetuoso con ese acuerdo mayoritario, impulsado por las y los feministas del partido, de reducir al máximo el masculino como forma que incluya a hombres y mujeres. En lo posible, me esfuerzo por decir «personas» y no «ciudadanos».

Muchas veces sí inserto el «compañeros y compañeras» e intento salpicar la comunicación de –os y –as de forma quizá arbitraria. Intento hacerlo bien. Me esfuerzo, quizá menos de lo que debiera, para que las compañeras se sientan plenamente copartícipes de los proyectos aun a expensas de tantísimos siglos de ver relegada su importancia al ámbito de lo privado, del hogar.

Miro para otro lado y silbo cuando, desde esta misma filosofía, alguien se «pasa de frenada» y exagera el discurso inventándose términos que, sencillamente, no existen –sabemos de casos– o se empeñe en articular un mensaje plomizo cuyo contenido termina perdido entre los trabajadores y las trabajadoras, los ciudadanos y las ciudadanas… ¡menos mal que siempre cabe «tarraconense» y es ambiguo! Lo que quiero decir es que, inclusión en el lenguaje, ¡por supuesto!, pero sin acercarnos al talibanismo que los ciudadanos y ciudadanas, o sea, la ciudadanía, no entienden ni, por supuesto, alejarnos del sentido común.

Quien siempre me tendrá enfrente, y esto también quiero aclararlo, es el que amparándose, precisamente, en la economía del lenguaje y un mal entendido criterio colectivamente asumido, use el lenguaje inclusivo para hacer mofa de la luchas de emancipación de las mujeres que, además, siempre ha sido un referente de la izquierda y por ende del socialismo. O sea, que entre el sobrino de Milans del Bosch e hijo del Conde los Gaitanes –Alfonso Ussía– y aquel Ibarretxe de «los vascos y las vascas», me voy de txikitos con Ibarretxe y el «señorito faltón» –José María Izquierdo dixit– que siga con sus sandeces.

A estas alturas, mi distinguido lector, mi amable lectora, se habrán dado cuenta de que empiezo con un concepto, salto a otro, vuelvo al primero. Pues así es el Camino. Así es mi cabeza. Así me dice mi querido Alcalde que soy, cuando me quiere reconvenir por estar en demasiados frentes a la vez. Así nos acercamos a Pamplona.

Y volviendo al lenguaje como elemento de manipulación, que decía yo que con las palabras ocurren fenómenos francamente curiosos que, de puro obvio, no los tenemos presentes hasta que alguien nos los pone frente a nuestros ojos o tenemos ocasión para la reflexión serena, algo que no siempre ocurre.

Libertad. ¿Hay alguien que no sea partidario? ¿No es la libertad un valor supremo que hay que defender? Fijaos si la libertad es buena que desde las primeras sociedades neolíticas su ejercicio ha sido defendido de forma unánime por dictadores, asesinos, célebres liberticidas, tiranos, sátrapas, emperadores, faraones, líderes religiosos… ¡La libertad es genial!

Bueno, venga, va, dejemos las boutades y hablemos en serio.

Lamento no recordar con precisión de quién leí en un artículo, en un periódico local, la reflexión de la que me voy a adueñar ahora para compartirla contigo.

En política nos hemos apropiado de una serie de términos que, aunque en origen poseían una significación más o menos concreta, de puro manidos han terminado adoptando un valor semántico nulo –una palabra que significa algo y su contrario, además de todos los grados intermedios, no significa nada–. Uno de estos términos es libertad.

¿Trataba de libertad la operación militar «Libertad Duradera», por poner un ejemplo? Pues seguramente podemos estar de acuerdo en que iba de otras cosas, ¿no?

Libertad Duradera, recordemos, es el nombre con el que el estado mayor estadounidense ha bautizado a varias de sus más afamadas operaciones militares en el extranjero. La más célebre, quizá, aquella de las que nos sacó el presidente Zapatero (así, tal cual debe afirmarse) y que, a grandes rasgos, si miramos un poco hacia atrás con sentido crítico, sirvió para quitar a un sátrapa –uno de los muchos que detentan el poder en Oriente Próximo– que mantenía, mal que bien, la región relativamente estable. No entraré tampoco aquí en los análisis profundos que se requerirían al realizar tamaña aseveración y las subsiguientes, baste decir a los lectores que sé que hay profundidades, y que se trata de una frase llena de matices. Y como digo, continuaré un poco más la idea, ya aviso, moviéndome superficialmente.

Hoy Irak, decía, es un auténtico avispero; país dividido de facto y, posiblemente, pronto también de derecho. Los asesinatos en nombre de la libertad se perpetran con total impunidad. El activismo sectario se ha adueñado del país y da la sensación de que, en última instancia, Arabia Saudí, esa monarquía medieval que prohíbe a las mujeres conducir un automóvil, y el Irán de los ayatolás, han decidido que Mesopotamia es el tablero de juego ideal para dirimir sus disputas teológicas que vienen arrastrándose desde el siglo VII. Y al hilo de eso. ¿Qué se puede decir del autoproclamado Estado Islámico? Más allá de que no parecen ni tener la condición de humanidad, me refiero... nuevos terroristas que han surgido en ese magma infecto que refería, eso sí, más chalados que los propios terroristas “normales”.

Y hablando de terroristas… ¿Cuántos grupos armados caracterizados como de terroristas, no llevan la palabra «libertad» en su nombre o lema? Pensemos en Cataluña, sin ir más lejos y en la efímera Terra Lliure. Pongo este ejemplo porque seguimos entrando en Pamplona y sacar otros a colación podría resultar sangrante. Además, terrorismo es otra de esas palabras que carecen de contenido semántico y solo presentan valor moral. El terrorismo es malo, de la misma manera que la libertad es buena. Incontestable, ¿no?

Pero volvamos a la libertad. Más allá del concepto moral que nos lleva a decir que la libertad es algo bueno en sí mismo, el hecho es que no hay nadie o casi nadie que sea partidario de la libertad en términos abstractos y/o absolutos.**

Podríamos empezar la disertación haciendo un ejercicio de lugarcomunismo y dedicarnos a repetir tópicos: «la libertad de uno acaba donde empieza la de los demás», pero claro, ¿dónde es eso exactamente?

Las playas y sus entornos me parecen un contexto adecuado para darle vueltas a este asuntillo.

(Ah, no, listillos, que ya os he visto. No voy a meterme en el charco de… bueno, ya sabéis, aquellas temporadas en que se pone de moda por las tardes aquel ejercicio de libertad sexual que tan poco agradaba a muchas familias. Cosa que por otra parte entiendo también perfectamente. Seguramente no me gustaría a mí yendo de paseo con la mía.

¡Hay que ver los berenjenales en que a veces debe verse envuelto el concejal de Seguridad!).

Que decía yo que todo el mundo tiene derecho a ir a la playa. Y la obligación de no molestar, no ensuciar, que para eso hay papeleras. ¿Y la de esconder determinadas partes del cuerpo? ¿Y cuáles? ¿Por qué hay playas nudistas y textiles? ¿Existe el DERECHO-A-NO-PODER-ver una teta? ¿Y un pene? ¿Este derecho ha de ser amparado por las administraciones?, ¿debe ampararlo el ayuntamiento de Tarragona en nuestras playas?, ¿debe hacerlo este concejal? ¿Existe, en la misma línea, el derecho a tomar el sol en pelotas en una playa no señalada como nudista? ¿Prevalece el derecho a tomar el sol con el atuendo o no-atuendo que se desee sobre el DERECHO-A-NO-PODER (ver esto o aquello)?.

Adelanto, por aquello de tener las cosas claras y que todos nos entendamos que quien pretenda asegurar que esta pregunta tan enrevesada sobre el DERECHO-A-NO-PODER tiene respuesta sencilla es un imbécil. Por uno y por otro lado.

Al final, nos guste o no, hemos decidido, sobre todo por omisión, que con frecuencia las cosas no son blancas ni negras, se mueven en el gris, que debemos funcionar a base de razonables consensos y que estos se van modificando, adaptando y modernizando con el transcurrir del tiempo.

Nuestra práctica social ha decidido que en este momento de nuestra historia no protegemos el derecho objetivo a que cada uno se vista o desvista como le dé la gana y donde le parezca. Y el derecho existe, no cabe duda alguna. En Barcelona hasta llegaron a normativizarlo a través de una ordenanza. Más complejo sería afirmar que el derecho que prevalece y se protege, ese ya mencionado A-NO-PODER-VER, es el que damos por bueno ¿A que es raro? Lo es, claro que sí pero pensemos en términos de ciudadanía y usemos el infrecuente sentido común. ¿Ganamos algo como sociedad convirtiendo todas las playas en nudistas, eso es, admitiendo que en cualquier arenal uno vaya desnudo o tapado según le parezca?  Pues seguramente no. ¿Somos unos liberticidas por ello? Ahí queda la pregunta. Yo personalmente, nudista por convicción allí donde puedo, no tengo la respuesta clara.

Pero estamos entrando en Pamplona, luego continuamos hablando de libertades y socialismo.

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 * Un diputado socialista por Málaga y estupendo narrador de historias, Andrés Torres Mora, contaba en su blog la siguiente anécdota que usaba para ilustrar la importancia en el manejo del lenguaje: «Para demostrar la grandeza de Pericles como orador, Plutarco cuenta una historia divertida. Al parecer Arquidamo, el rey lacedemonio, le preguntó al rival del Pericles, Tucídides (el político), quién de los dos ganaría en un combate cuerpo a cuerpo. Tucídides contestó: “ganaría yo, pero luego Pericles se levantaría del suelo y convencería a todo el mundo de que había vencido él”».

** Esto tiene que ver también con la apropiación de la derecha del término  del término «liberal», evocador de la libertad, Tradicionalmente empleado para describir a las fuerzas progresistas por oposición a los conservadores. Cuando Machado escribía en “Del pasado efímero”. 

«Bosteza de política banales
dicterios al gobierno reaccionario,
y augura que vendrán los liberales,
cual torna la cigüeña al campanario».

Indudablemente se refería a nosotros.