lunes, 29 de septiembre de 2014

La fe, la derecha y la compostela (parte 3)

–O sea, ¿que te niegas a ir a las procesiones porque es cosa de carcas y luego te vas por ahí de peregrino a ver si redimes tus pecados?

–Bueno, pero entonces, ¿qué pasa?, ¿vas a ganar la Compostela?

Ambas preguntas se me enfrentan de forma insistente en los inicios de cada verano. Casi siempre desde la complicidad y la broma. En algunas pocas ocasiones, desde la mala leche de quien busca enredar y poner de manifiesto supuestas contradicciones vitales como ejercicio innoble de ataque político.

Para quien no lo sepa, me voy a permitir explicar sucintamente qué es esto de la Compostela.

Lo primero es una aclaración sobre el nombre. Aunque el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) no recoge acepción alguna referida a una cédula, la Compostela es un documento, un certificado, redactado en latín que acredita que una persona ha alcanzado el lugar donde la tradición ubica la tumba del Apóstol (la catedral de Santiago), por medio canónico (caballo, bicicleta o a pie), por motivos de fe.

Cuando el peregrino inicia su andadura lo hace provisto de una especie de tarjetón sobre el que se estampa un sello y la fecha al pasar por iglesias, albergues u otros establecimientos de El Camino.

Ya en Santiago, la secretaría del cabildo catedralicio comprueba que el peregrino ha realizado el camino, le pregunta si lo ha recorrido movido por la fe y, en ese caso, extiende la Compostela que, por otro lado, acredita el perdón de los pecados hasta ese momento. Bueno, más o menos, veamos lo que dice la Iglesia:

La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones, consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los Santos. (Código de Derecho Canónico de 1983, Libro IV, Parte I, Título IV, Capítulo IV, cánon 992).

Aparte de esto, para alcanzar la indulgencia se precisan otros requerimientos menores como confesar y comulgar en los días próximos a la llegada al lugar santo etc.

Vayamos por partes.

El documento, cédula o como queramos denominarlo se llama Compostela y no Compostelana, como dice mucha gente.

El Camino, como he señalado anteriormente y repetiré y explicaré más adelante, no es un medio para alcanzar la indulgencia esa, sino un fin en sí mismo. En otras palabras, más allá del aspecto curioso, o de cumplir con la tradición, el documento es irrelevante, tanto si la fe católica es sincera como si no lo es, aunque por razones distintas, claro está.

Tengo la convicción de que la emisión de esta peculiar certificación tiene más que ver con algún tipo de acuerdo con las autoridades encargadas de gestionar la promoción turística que con asuntos del alma.

He conocido pocas personas, MUY pocas en mi vida que acepten con fe sincera la literalidad de los adornos, las liturgias o las devociones asociadas al ejercicio del catolicismo. Incluso entre personas con alto nivel de devoción –ya he dicho que no es, de lejos, mi caso–, dar a este este tipo de complementos una importancia más allá de lo simbólico, lo tradicional, lo folclórico o lo cultural se me antoja insólito.

Y sí, me parece mal que los representantes políticos participen públicamente de actos religiosos, y sin embargo hago todos los años El Camino de Santiago, sello la cartilla y, cuando alcance la plaza del Obradoiro, acudiré a la oficina que el Cabildo tiene por la parte de detrás y pediré mi Compostela, ¿pasa algo?

[Y seguiré seguramente hasta «El Fín del mundo», Finisterre, donde remataremos con la tradición del caminante, mi padre y yo (tal vez mi queridísima hermana Marisa), quemando todo aquello accesorio e innecesario material. Pero eso es otra historia].


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