¿QUÉ HAGO YO AQUÍ?

Reflexiones sobre la vida.

Un ciudadano más

Una mirada personal.

Tarragona

La meva passió.

La Política

Més necessària que mai.

domingo, 20 de marzo de 2016

Al agua patos


Es tanta la virulencia que lleva el ferrocarril
Que se planta en hora y media de Molledo a Portolín.
POPULAR (CANTABRIA)

Hace días que no me topo en el tren al simpar Enric. Voy confesar algo: ¡no se llama Enric! Ya lo suponíais, ¿verdad? Pero Enric existe, con ese nombre u otro. Y es el ciudadano de la calle que, quizá, en el tren, soy yo mismo.

Me habría agradado encontrarlo porque, como he indicado otras veces, charlar con personas no intoxicadas con ese humo penetrante y tupido que es la acción política, nos ayuda a respirar. Su aire limpio parece crear una suerte de burbuja de realidad de la calle que, necesariamente, nos arrastra a pensar con más claridad, con otra perspectiva.

En días atrás me preguntaba este hombre por asuntos de la actualidad política, por la corrupción que llena portadas de periódicos que apenas tienen portadas y casi nunca ya compramos en el quiosco. Hablábamos de financiación de partidos políticos y yo le contaba mi percepción sobre el asunto, nada optimista, por cierto. ¡Ojalá fuera cosa de chorizos! Es más grave aún. El caso Taula que tras EREs, púnicas, gürteles y malayas, parece el más de moda en estos días –con permiso de la Audiencia de Palma de Mallorca– es una muestra más de mis reflexiones en el tren. Quiero pensar que Enric ve las noticias ahora con otros ojos.

Pero me habría gustado, ayudado, quizá, que me preguntara por el asunto de moda, por esa cuestión que la militancia socialista parece no hablar en público para no distraer las declaraciones, no siempre lineales, de los miembros de la Ejecutiva Federal.

Es probable que mi actual condición de miembro del Parlament sea el más alto puesto de responsabilidad política que alcance en mi etapa de servidor público. Aunque me considero un militante disciplinado y, lo que es más importante, leal, no he solido caracterizarme por mi discreción. He opinado, opino, me mojo –de ahí lo de «al agua patos»–, escucho con interés y decido lo que creo que es más correcto. Y así será mientras mi conciencia me lo exija. Espero que muchos años.

Vivimos momentos de zozobra. Es conocida la máxima ignaciana de «en tiempos de zozobra no hagas mudanza» pero siento que o hacemos algún tipo de mudanza o la casa se nos termina de caer a cachos.

El panorama surgido tras las elecciones generales del pasado 20 de diciembre deja un escenario en el Congreso de los Diputados distinto de todos los conocidos hasta ahora.

He dicho que me voy a mojar y me siento empapado cuando afirmo que una buena parte de los que tradicionalmente votaban siglas socialistas –PSOE y PSC– se han decantado por la papeleta encabezada por ese personaje al que tanto hemos criticado, con quien tanto nos hemos enfadado y que en tantísimas ocasiones, desde una aparente pureza moral que es ajena al género humano, nos tildaba de «casta».

A pesar de la crisis que pueda estar sufriendo actualmente, jamás un partido ha tenido un éxito semejante. En poco más de dos años surgen de la nada, se organizan (reciben ayuda de los medios ansiosos de novedades, eso también es verdad) e irrumpen en el Congreso con sesenta y nueve escaños (me vais a permitir que simplifique e incluya en este montante al Compromís de Mónica Oltrà, las Mareas, nuestros paisanos catalanes, etc.). Y se quedan a  unos pocos cientos de miles de votos, a nivel estatal, del PSOE. Para que nos hagamos a la idea, conviene recordar que los tiempos más gloriosos de Julio Anguita, la formación de izquierdas apenas sobrepasó la veintena de escaños.

Paradójicamente, no se definen como formación «de izquierdas», cosa que sí hace el PSOE (también voy a simplificar y decir «PSOE» y no «PSOE-PSC») o, claro está, yo mismo. Sin embargo, aunque sigan la estrategia de no definirse claramente, nadie duda del carácter izquierdista de sus propuestas.

Nos han pillado con el pie cambiado. El rey les pregunta «¿qué queréis hacer?» y responden «queremos a Pedro Sánchez de presidente del gobierno pero en gobierno de coalición y nos pedimos la vicepresidencia», ¡con un par! Y nos debatimos entre el estupor, la perplejidad y, en algunos casos, la ira. ¿Cómo se atreven a hacer esta propuesta en una rueda de prensa antes de comentarlo con nosotros? No sé si son estas las «nuevas formas de hacer política» que necesita España pero el hecho es que esta extraña puesta en escena provoca dos consecuencias: el vergonzoso y vergonzante paso atrás de Rajoy y el subsiguiente encargo, por parte del Jefe del Estado para que Pedro intente recabar los apoyos necesarios para formar gobierno. Y aparece el vértigo.

Llevo muchos años en el PSC y en multitud de ocasiones he escuchado aquello de «ponéis el intermitente a la izquierda y giráis a la derecha» y a veces, muchas veces, he admitido con cierta pesadumbre que es cierto.

No me gusta este nuevo Podemos. Salió, lo dije en su momento, y consiguió colocarnos un espejo delante en el que vimos nuestra imagen deformada. E hizo renacer en mucha gente joven el interés por la política, o le dio unas banderas en las que creer. Pero me enerva ese aire de suficiencia y altura moral del que hacen gala sus dirigentes; el día que su secretario general soltó aquello de que quizá Pedro Sánchez sería presidente del gobierno por una «sonrisa del destino» se me vino a la cabeza una imagen: la de la necesidad de un tradicional acto de pedagogía materna que no voy a describir para que no parezca que hago apología de la violencia.

He analizado con detenimiento su programa electoral. El programa, el contrato que firmamos con la sociedad «vosotros nos votáis y nosotros hacemos esto». No observo con el nuestro diferencias insalvables que empujen necesariamente a esa «gran coalición» que parece estar pergeñando Rivera (bien conocido en Catalunya, por cierto y que tampoco me gusta).

Escucho a compañeros y compañeras del partido hablar de «líneas rojas» en torno a la firmeza en determinados asuntos en los que, honestamente, tampoco creo que el desencuentro sea tan excesivo como para no podernos sentar a negociar.

La aritmética es la que es y las posibilidades que dimanan de ella son básicamente tres: esa «gran coalición» que, por cierto, dejaría Podemos de primer partido de la oposición; gobierno de coalición con Podemos y la tercera, lo que se me antoja un enorme fracaso de todos y todas: nuevas elecciones.

Me mojo, siempre me mojo y observo que el PSOE y España se encuentran ante una oportunidad histórica que el miedo, la incertidumbre, las presiones externas e internas, el vértigo nos pueden hacer dejar escapar. No debería ocurrir.

Pedro Sánchez es un líder fuerte. Ha demostrado en la resolución de algunas crisis internas que no es ningún pelele, todo lo contrario. Pedro Sánchez no es Rajoy, no es de los que dejan que los problemas se pudran hasta desaparecer. La fortaleza es razonable garantía de éxito cuando la realidad nos enfrenta a nuestros propios miedos.

Tenemos una oportunidad, quizá, única, de darle una vuelta a este sistema democrático que languidece y precisa de un impulso que solo es posible desde la osadía.

Hagámoslo.

Y de paso, dejemos de tratar a los independentistas que marean esta sociedad catalana nuestra, que participan también en crear problemas donde no los había, como si fueran apestados con los que no se puede hablar. Representan a un sector importantísimo de la población catalana al que no se puede seguir ninguneando, con el que no vale solo hinchar el pecho y gritar muy alto «unidad de España». Ni vale golpearles con la letra de la Constitución Española. Hay que sentarse a hablar, iniciando una tranquila pero inmediata política de gestos de acercamiento. Lo contrario no hace más que alimentar el sentimiento de ataque y de enemigo externo en las filas independentistas.


España tiene una oportunidad de cambio real y los socialistas no debemos perder la ocasión de liderarlo. Es nuestra obligación, por los pueblos de España, por Catalunya y, por qué no decirlo, por nosotros mismos.

Pensar en gran



La identitat d’un territori pot ser expressada de forma individualitzada o col·lectiva i, malgrat que ja fa molts anys que es parla del Camp de Tarragona (les Comarques Tarragonines segons alguns) com la segona àrea metropolitana de Catalunya, també és cert que no deixem de fer-ho amb la boca petita. Els complexes d’inferioritat o la desconfiança que pot haver sembrat anys d’estèrils batalles de campanar no poden amagar les necessitats d’un territori que, tot i les seves potencialitats, segueix essent un dels més castigats d’aquesta inacabable crisis.

Des de la proximitat, els ajuntaments són l’administració que millor detecta i pot atendre les necessitats de la seva gent. I prova d’això és que durant tots aquests anys, tot i no sempre tenir les competències, des de l’àmbit municipal s’han procurat solucions per aquelles persones amb problemes específics ja sigui d’habitatge, pobresa energètica o menjadors socials. I això sense oblidar que els ajuntaments representen el graó més dèbil de l’administració, els parents pobres,  i aquell que de forma més dura s’ha hagut d’ajustar al nou context actual. Això fa que massa sovint aquest ajuntaments ni tan sols puguin aixecar el cap i veure els problemes i solucions que altres municipis veïns, amb els mateixos maldecaps, afronten també de manera individual.  

Mancomunar esforços és una de les grans assignatures pendents d’aquest territori on hi viuen més de 456.000 habitants. Però també ho és dotar-nos de les eines de planificació i desenvolupament que han de definir el futur de les nostres comarques. El Pla Director Urbanístic va ser un molt bon intent. Una eina que definia aspectes de planificació estratègica per a 22 municipis com són l’urbanisme i les infraestructures. I dic que va ser, perquè aquest pla després de molts mesos i fins i tot m’atreviria a dir anys de treball va quedar en un calaix sense arribar a desplegar-se mai.

Aquest era el full de ruta del nostre territori. Un document que dibuixava i vertebrava les infraestructures, els espais lliures i els equipaments. I una eina, al cap i a la fi, que havia de portar-nos a treballar de forma conjunta per dotar-nos dels serveis de transport i mobilitat necessaris d’aquest gairebé mig milió de persones que hi vivim. I amb què ens trobem? Que algunes de les línies s’han anat desenvolupant i que altres han variat, fruit de la improvisació. Ara mateix tenim un servei de rodalies que té molts menys viatgers dels que podria perquè  no és l’òptim d’acord amb les necessitats, un CRT que si finalment s’acaba desenvolupant no sabem com encaixarà amb les infraestructures vigents i un galimaties en matèria ferroviària que fa que portem més de dos anys parats i sense saber si finalment hi haurà tercer fil, línia Reus-Roda o res.

Però planificar també és definir un pla d’usos per l’aeroport de Reus, que cada any perd viatgers, i actuar en àmbits que van més allà més enllà d’un municipi per tal que la nostra industria tingui un àmbit favorable, i no es vegi amb les incerteses de competitivitat que estan començant a aflorar. Vol dir tenir una visió conjunta, i plantejar-nos què fem per tirar endavant aspectes com un servei mancomunat de taxi o com podem resoldre d’una vegada per totes els problemes d’aparcament a l’estació de l’AVE que, ja sigui perquè des dels petits municipis no es té suficient força o perquè el problema és a casa dels altres, és un dels clars exemples d’allò que podríem ser i no som. 

La realitat metropolitana de les Comarques de Tarragona és inqüestionable, que no ens faci por donar el salt i pensar d’una vegada per totes amb aquest territori com un tot

viernes, 4 de marzo de 2016

Migrantes

Mujeres y niños refugiados españoles en Le Perthus.
todoslosrostros.blogspot.com.es


Inmigrantes – Emigrantes – Migrantes
«Usted no parece un indocumentado»,
 me dice altivo el jefe de la estación
de tren de Ixtepex, en Oaxaca, México.
«No lo soy», le respondo.
JON SISTIAGA, «No te duermas, sobre todo no te duermas», El País


Empiezo estas líneas y se me viene a la memoria una anécdota que me contaba un amigo. Los detalles son lo de menos. El asunto que viene a colación es que este amigo, tío solidario y que habla idiomas, se vio en la tesitura de atender a una joven y enferma canadiense que se alojaba, sola, en un hostal, en un remoto pueblo asturiano. Al parecer, la patrona del hostal, una vez convencida de la inexistencia de «aviesas» intenciones por parte de mi amigo, empezó a protestar por la ayuda que aquella extranjera estaba recibiendo porque sí, porque era una persona en apuros. El razonamiento de la hostelera, al parecer, era el siguiente: «Aquí, los extranjeros, mientras vengan y paguen, bien, pero en cuanto dan problemas, que se vayan a su puta casa, que yo estuve trabajando en Bélgica muchos años y no recibí más que patadas».

Obviamente, una joven y, seguramente, atractiva canadiense no es un sucio musulmán que huye de la guerra de Siria ni una madre negra que escapa de la hambruna en Mali o Guinea Conakry ni…, pero el razonamiento de aquella recia y añosa hostelera asturiana parece ser el mismo que hacen los gobiernos europeos con los trenes de Hungría o las pateras del Mediterráneo.

La historia del Homo sapiens es la de sus migraciones. Desde aquellos africanos que salieron sin pateras hacia Europa hace 45.000 años –y acabaron a la postre con los europeos originales, parece que de pensamiento más tosco–, hasta los movimientos de millones de personas que vemos en la prensa en la actualidad y a los que tratamos, como a aquella asturiana en Bélgica, a patadas.

En todos los casos, no obstante hay un elemento que homogeniza, que hace que todas las migraciones, en el fondo, sean la misma. Pienso además que es un elemento que no se valora de manera adecuada cuando vemos esas fotos o esos reportajes de seres hambrientos, con frecuencia desarrapados, muertos de frío. Para que una madre tome a sus hijos, a veces lactantes y se embarque en una frágil chalupa a atravesar el mar, sabiendo que se juega la vida y la de lo que más quiere en el mundo, ¡cómo tiene que ser lo que deja atrás!

Me molesta mucho, me hace sentir mal, me asquea hasta la náusea, ese clima que parece afectar a nuestras sociedades, a nuestros gobiernos, de tratar a los refugiados-migrantes-emigrantes-inmigrantes (la corrección política nos hace retorcer el lenguaje hasta el ridículo) como si fuesen gente que viene a aprovecharse de nuestro trabajo, de nuestro bienestar, de nuestros médicos, casas… De verdad, ¿nos detenemos por un momento a pensar de qué estamos hablando?

Desde Europa nuestros gobiernos, nuestras empresas, nuestras élites económicas se han dedicado durante siglos a expoliar continentes enteros. Aún lo hacemos, de manera más amable pero los dispositivos electrónicos que todo europeo porta en sus bolsillos funcionan, no lo olvidemos, gracias a minerales –tántalo, concretamente, que se saca del coltán– cuya explotación sigue causando guerras y hambrunas. Resumiendo, y para ser muy claro, alimentamos guerras civiles y tratamos a las víctimas como apestados cuando huyen de la muerte.

Hace un par de días, Soledad Gallegó-Díaz preguntaba en una emisora de radio «¿Pueden dar alguna explicación?» y empezaba su alocución con las siguientes palabras: «El pasado sábado se celebraron en muchas ciudades españolas manifestaciones en protesta por la incapacidad de la Unión Europea para hacer frente a la crisis de los refugiados y para exigir que se habilite un pasaje seguro, en lugar de consentir que los refugiados —que huyen por miles de la guerra y de la violencia— se ahoguen en el Mediterráneo o sufran todo tipo de penalidades en su largo trayecto por Europa» y añade «Es difícil comprender por qué ni el PSOE, ni Podemos, ni Izquierda Unida, ni Ciudadanos, ni Comisiones Obreras, ni UGT ni los otros grupos políticos y sindicales convocan a los ciudadanos a expresar su rechazo a la postura del Gobierno español».

La Comisión Europea encomendó a España acoger a 17.000. Cuando se escriben estas líneas los refugiados no alcanzan la veintena. Y no de millar. Literal. 1, 2, 3, 4, 5, … hasta 17.

¡Y parece que nos da igual! Parece que nos dan igual los apaleados en los andenes y las fronteras, miramos hacia otro lado cuando los alambres de espino se tiñen de rojo, cuando se rocía con gas mostaza a mujeres y niños, ignoramos que el Mediterráneo se llena de cadáveres. Olvidamos a sabiendas que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que obliga a todos los gobiernos y administraciones, no se hizo para austriacos, alemanes, daneses o españoles, ¡se hizo para todos y para todas!, ¡allá donde estén!

¿Y qué les damos de comer si para nosotros no tenemos?, ¿y quién los cura y los enseña si a nosotros y nosotras nos recortan en prestaciones sanitarias y educativas?, ¿y dónde van a vivir si en nuestras ciudades se desahucian familias por no poder pagar la hipoteca o el alquiler? ¿Y por qué «ellos» son «ellos» y nosotros no somos ellos? ¿Nos diferencia la cultura?, ¿el idioma?, ¿la religión acaso? Y si fuera así, ¿eso los convierte sujetos de menos derechos que nosotros?

¿Nos parece razonable, admisible, sensato que a aquella recia asturiana la trataran en Bélgica a patadas?

Detesto la demagogia, tanto la del discurso de «vienen a robarnos el trabajo» como la de «hay que ayudar a estos pobrecitos que lo pasan tan mal». Y parece que entre ambos planteamientos apenas hay espacio para el pensamiento. Y hay que repensar nuestros modelos de desarrollo, hay que repensar la manera en que nos relacionamos con otros países, hay que repensar si cuando mantenemos puestos de trabajo en sectores no productivos –en vez de invertir en desarrollo– no estamos, a la vez, alimentando el depósito de gasóleo que mueve las pateras.

Es urgente y necesario desarrollar un marco global de convivencia política y económica, pero no desde la bondad moral sino desde el sentido común y el aprovechamiento mutuo. No se pueden poner puertas al campo, ni al mar, ni al hambre ni a la miseria. Europa es fruto de las migraciones de los pueblos indoeuropeos; España, fruto de las migraciones de fenicios, iberos, celtas, romanos, germanos, árabes y bereberes; Catalunya desde antiguo ha sustentado buena parte de su riqueza en las sucesivas migraciones del sur de Francia y del sur de España. O todos y todas somos capaces de crear ese marco global, nuevo y que valga a los distintos pueblos, o ya no es que seremos peores personas –quizá ya lo somos–, es que una negra sociedad distópica acabará por organizar las vidas de nuestros hijos. Lo he dicho en algún tuit, aunque sea por puro egoísmo y estrategia, para no dejar un mundo caído totalmente en el derribo ético a nuestros hijos, conviene dar salida y ofrecer alternativa y perspectivas a esas personas que vienen huyendo de bombas y de matanzas.

¿Qué Europa es esa que estamos construyendo, que permite que miles de familias con niños, tengan detrás las bombas y la matanza, y delante, solo policías y alambradas? ¿qué harías tú en su lugar?