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domingo, 7 de diciembre de 2014

Socialismos y Socialistas


¡Perdimos! Sí, como lo oís. ¡Perdimos!

¿De verdad perdimos? Pues quizá no. O no del todo.

Hace un par de capítulos me refería al revulsivo, populismos y trampas aparte, que ha supuesto la irrupción de una fuerza política no tradicional en el mapa político español. He hablado varias veces de lo interesante de sus consecuencias, para mí positivas en general, pues simplemente con despertar a una parte de la juventud que huía de la Política, como han hecho, ya se han justificado.

Lejos está siempre de mi ánimo hacer de la necesidad virtud, pero pienso sinceramente que este toque, aviso, tirón de orejas, llamada de atención, si sabemos atenderla, nos puede hacer más bien que mal.

Sí, ya, que si me he dado un golpe en la cabeza. ¿Cómo nos puede venir bien una bajada de votos y que, para colmo, muchos de ellos sepamos con certeza que han ido a parar a opciones electorales que pueden ser «tramposas»?

Fíjese el avispado lector o la sagaz lectora (o al revés) que en ningún momento hago referencia explícita a unas siglas. En Catalunya el mapa electoral responde a hechos diferenciales y donde en otros sitios puede atisbarse un peinado recogido en cola de caballo, aquí podría ser, digamos, una monja. Pero es que da igual, no es un problema de nombres ni siglas sino de formas de hacer la política. Y cuando se hacen trampas, estas son muy parecidas lleve en la cabeza lo que lleve el innoble tahúr.

Por de pronto, aquellas elecciones europeas se llevaron por delante al secretario general de los socialistas españoles. ¡Y al rey! Pero ya hablaremos de monarcas.

Aunque partidos distintos, el PSC y el PSOE están vinculados desde siempre por fortísimos lazos de hermandad que propician que, incluso desde las profundas diferencias que en ocasiones se han puesto de manifiesto entre nosotros, los catalanes sintamos que el PSOE es nuestro partido fuera de nuestras cuatro provincias de la misma manera que el PSC, sentimental y casi legalmente, es una especie de federación catalana del PSOE, para que se me entienda, superada por la historia, eso sí. No en vano, para quien no lo sepa, se hizo en su momento un congreso de unión de varios grupos de socialistas (sí, ya se hizo esa unidad hace muchos años, por eso se llama el “Partit dels i de les Socialistes de Catalunya”), entre ellos, la Federación Catalana del PSOE, pero también, el PSC-Reagrupament i el PSC -Congrés…

El cántabro Alfredo Pérez Rubalcaba, continúo, también era secretario general de este catalán como lo era el leonés José Luis Rodríguez Zapatero, cuya herencia, por cierto, los socialistas no hemos podido, sabido o querido reivindicar. Y hay motivos más que sobrados para la reivindicación. La derecha nunca es tan acomplejada. Y así les suele ir bien. Zapatero ha sido el Presidente más progresista que se ha sentado nunca en Moncloa. Así de claro lo pienso. Con todos sus errores, que los tuvo. El más grande, no ver venir la tremenda crisis que se nos avecinaba.

Los partidos «tradicionales» (en realidad odio este concepto, y aunque intento reirme de él, comprendo que parte de la ciudadanía lo entienda así) hemos alcanzado en algunos aspectos unos niveles de inmovilismo cercanos al anquilosamiento. Asumámoslo con humildad. Solo así lo podremos cambiar.

La democracia, como el amor de pareja y como tantas otras buenas cosas de la vida, es un bien precioso que hay que alimentar, cuidar y hacer crecer cada día, de lo contrario, muere. La democracia debe ser dinámica. Si es estática hay algo que falla. Ahí creo que está la clave. La democracia es Democracia cuando está permanentemente adaptándose, y buscando nuevas, mejores y más directas formas de participación.

Desde 1978 y, sobre todo, desde 1982, el «sistema» ha funcionado razonablemente bien sustentado por un complejo equilibrio de poderes al que la economía, la judicatura o los propios medios de comunicación no han sido ajenos.

Ese estatus de «así nos apañamos» nos ha ido alejando de manera paulatina de quien realmente nos da «de comer» pero que, más allá de eso, es responsable de nuestra existencia: la ciudadanía.

Nos debemos a la ciudadanía, la ciudadanía nos da carta de naturaleza, dota de sentido a nuestro trabajo y, en ocasiones, con la cruda sinceridad que me permite un texto algo más largo que un tweet, nos hemos comportado como auténticos déspotas ilustrados: «todo para el pueblo pero sin el pueblo». Quizá exagero pero es cierto que buena parte de aquellos para los que trabajamos perciben dos existencias separadas y que a veces ni se miran a los ojos, «ellos» y «nosotros».

En este contexto, tan propicio a los fascismos, como bien señala cualquier libro de historia, aparecen las opciones populistas, cuyo principal as en la manga es tan torticero como presentarse ante el electorado con el mensaje «nosotros también somos vosotros y vamos a por ellos».

El relativo éxito en los últimos comicios de estas novedosas formaciones políticas –partidos sería la palabra adecuada, se organicen en asambleas, agrupaciones, círculos o dodecágonos– nos obliga a ponernos las pilas, a repensar nuestra relación con el resto de la población, a hacer serias autocríticas y a modificar nuestras pautas de conducta.

Es en este contexto en el que aparece un personaje conocido de antiguo y que pertenece a la siempre honesta estirpe de los socialistas vascos: Eduardo Madina.

Se le ofrece, quizá de tapadillo, la posibilidad de «heredar» el cetro de Pérez Rubalcaba y… ¡se niega!

Bueno, no se niega, plantea que solo será secretario general en el caso de que la Ejecutiva Federal convoque unas elecciones primarias abiertas a toda la militancia y salga elegido.

Los días siguientes al anuncio de la dimisión de Alfredo –en realidad es secretario general de hecho y de derecho hasta el congreso del partido, celebrado a finales de julio–, son un sindiós de «barones» (¡qué palabra más fea!) empeñados en nombrar entre todos y por aclamación a la compañera andaluza Susana Díaz.

Me voy a permitir una maldad. Quizá, solo quizá, algunos de esos «barones» que tan rápidamente hablaron en nombre de sus federaciones (¿las consultaron?) para apoyar a la, por otra parte, magnífica candidata Susana, para el vértice orgánico del PSOE, pasando por encima de la voluntad de la militancia, lo que pretendían era salvar «sus respectivos culos» porque parece más que lógico que si al secretario general de los socialistas españoles se le elige, aun haciendo trampas a los estatutos, de manera directa entre los afiliados, a los máximos responsables de las distintas federaciones se les debe elegir mediante la misma mecánica. ¿Y tienen todos los aparatos regionales la certeza de, si además de cargos orgánicos y públicos, vota el conjunto de la honrada militancia socialista, ellos saldrían elegidos?

Me temo que no. Sospecho que hay mucha federación en la que el inmovilismo del que hablaba antes ha situado a los máximos responsables políticos de algunas federaciones no solo lejos de la ciudadanía, sino de sus propias bases.

El empecinamiento de Eduardo en exigir, en contra del sentir mayoritario expresado en la prensa, que hay que abrir el partido a los y las militantes ha hecho posible que el PSOE sea hoy una organización más sana y democrática. Ya solo este mérito lo hace merecedor de apoyo y de mucho más, aunque también sea cierto que por los errores cercanos deba demostrar un claro cambio de actitud, con hechos, además de con palabras.

Pero no se puede tener todo. Cuando un proceso orgánico es defendido públicamente por una sola persona y en contra de las direcciones asentadas de las diferentes comunidades autónomas, no es nada fácil aguantar el tirón.

Quizá una equivocada estrategia de marketing, quizá la falta de medios, puede que la falta de apoyo por parte de direcciones y medios de comunicación, quizá no era el momento.

El PSOE y, por qué no decirlo, el PSC está necesitado de contenidos más frescos, menos anquilosados, más conectados con nuestras bases que son, no lo olvidemos, socialistas y de izquierdas. Las caras son importantes, pero lo que dicen las bocas lo es más.

Me gustaba mucho el fondo de Tapias, pero creo que Eduardo Madina, que aúna juventud, experiencia y pragmatismo, habría sido el mejor secretario general para este partido. Si pienso en el corazón era Tapias, si pienso con la cabeza, Madina. Ahora bien, una vez realizada la elección, deseo que Pedro Sánchez-Castejón sea capaz de sacar al PSOE del actual desconcierto y que aunque sea a fuerza de tirones de coletas que sirvan de revulsivo y obliguen a cambiar el paso –la inercia de tantos años–, entre todas y todas, militantes y votantes, recuperemos las ansias de transformación social que nunca debimos perder.

***

Querido lector, estimada lectora. Es cierto que han pasado muchas cosas en los últimos meses y hasta semanas. Alguien decía, no sin cierta sorna, que solo un catalán, Jordi Hurtado (del programa de televisión Saber y ganar) ha sido capaz de sobrevivir en el mismo puesto de trabajo a tres papas, dos reyes, tres presidentes del gobierno y varios secretarios generales del PSOE e, incluso, algún que otro primer secretario del PSC.

Cuando repaso la primera versión de estas páginas, el compañero Miquel Iceta ha sido elegido primer secretario de nuestro partido.

Desde mi condición de militante leal del PSC, entiendo que no sería honesto ni serio dedicarme a reflexionar sobre asuntos cuyos primeros destinatarios son mis compañeras y compañeros de partido en el PSC de Tarragona. Además, confío en que estés de acuerdo conmigo en que la excesiva cercanía es la peor aliada para un análisis político que, por definición, precisa de una cierta perspectiva.

Deseo lo mejor al compañero Iceta y, como no puede ser de otra manera, deseo lo mejor al PSC.


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Y mi conclusión ideológica de todo lo anterior, resumiendo mucho, es que hemos de volver a nuestros orígenes, y ser conscientes que hay que plantar cara a aquellos sectores económicos que desde el egoísmo, ejercen el capitalismo pensando exclusivamente en el máximo beneficio sostenido, al más corto plazo posible. No puede ser. Primero son las personas. La gracia de la Política es que mande sobre la economía. Ese es su más básico "leit motiv".





El Temple y las rarezas pamplonesas (3rd part)

Primera parte del post

Segunda parte

Tercera:

En algunos aislados árboles de aquella gran pradera se podía leer:

«Perros sueltos, SÍ. Recoja sus excrementos, No deje sueltos perros peligrosos. Hágase cargo de su animal…».

Uno de los detalles que ponen de manifiesto el nivel de civismo y progreso de una sociedad es la forma en que trata a sus mascotas.

Los encargados de las ordenanzas que regulan la tenencia de animales domésticos somos, precisamente, los ayuntamientos.

En ocasiones me avergüenza admitir que nos hemos dejado llevar por la desidia y en vez de dar un margen de confianza a la inmensa mayoría de la ciudadanía, que se comporta con decoro y corrección, hemos optado por la vía represiva, tratar a todos los perros como si fueran asesinos en potencia y convertir a los dueños en una suerte de apestados. Es culpa de una minoría es cierto. Pero de una minoría que afecta mucho con su mucha falta de civismo. Es uno de los problemas más denunciados por la vecindad de Tarragona, y de las cosas más molestas en determinados lugares donde, por ejemplo, pueden llegar a jugar niños.

Pues resulta que en esta ciudad en la que nos encontramos han entendido las cosas de otra manera y aquel parque tan grande –ideal para que jueguen los perros, qué duda cabe–, está dedicado a la coexistencia pacífica de seres humanos y canes.

A ver dónde encontramos en Tarragona un espacio parecido. No se me ocurre motivo alguno por el que mis paisanos sean menos cívicos que las gentes de aquella acogedora ciudad. Y a pesar de ello, sería impensable en la ciudad en la que estoy de concejal. Al menos actualmente, y de momento…

–¡Papá, esto se lo tengo que contar también al Pep Félix!

–¡¿Otra vez?! Desconecta, anda.

Lo de andar lo decía en sentido literal. Entre comentar lo anodino que es el exterior de San Lorenzo, lo pequeña que es la calle Mayor, la charleta en el Temple y las reflexiones en la Vuelta del Castillo no terminábamos de salir nunca de la vieja Iruña.

Con mucho, lo peor del Camino es el padecimiento de andar por el interior de los cascos urbanos. Además, por muy acostumbrados que estén los locales a la presencia de peregrinos –imagino que esto en algunas temporadas debe de ser una auténtica procesión multicolor, no dejan de mirarnos curiosos. Los niños, más espontáneos, nos señalan con el dedo. Nos sabemos observados y dependiendo del entorno y del momento esto nos causa un cierto orgullo o unas tremendas ganas de salir de allí cuanto antes.

El peregrino medio no desea ser un espectáculo. Buscamos la paz.

Continuamos la salida de la ciudad y nos topamos con las aparentemente extraordinarias instalaciones de la Universidad de Navarra, el centro académico opusino por antonomasia.

Dos referencias cinematográficas me asaltan, una más antigua y otra relativamente moderna. Por un lado, el cabo Gutiérrez –José Sazatornil–, en la espléndida Amanece, que no es poco, preguntándole a Teodoro, ingeniero en Oklahoma –Antonio Resines–,  que se encuentra detallando su actividad en la universidad americana. «Y, ¿hay mucho Opus?».

El segundo recuerdo es más duro, durísimo. El film Camino, de Javier Fesser, que he comentado antes al hilo del nombre de la peregrina y que protagoniza una niña aquejada de una grave enfermedad que finalmente acabará con su vida pero cuya madre, supernumeraria de la Obra y que ha llevado a la niña a la CUN (Clínica Universitaria de Navarra), le dice amorosa «ofrécele tus dolores a la Virgen». ¡Tremendo!

Tampoco alcanzo a conocer por qué una ciudad, en muchos aspectos tan progresista como Pamplona y en la que, además, la izquierda abertzale goza de un porcentaje muy elevado de votos, tiene un vínculo histórico tan hondo con el Opus Dei.

«El navarrico, con su misica y su putica» y «los domingos misa y los lunes putas» son dos expresiones que escuché en más de una ocasión a un amigo que presumía de conocer bien Navarra. No me creo los estereotipos. Los catalanes no somos tacaños. Y este extraño vínculo entre el alma y la carne que parecía explicar mi amigo tampoco me lo creo. Pero se dice. Pues ahí, dicho quede.


El Temple y las rarezas pamplonesas (2nd part)

Primera parte del post

Segunda:

–Eunate. La iglesia de Eunate.

Quien respondía era un camarero, quizá el dueño, cercano a los sesenta años, fornido, de estatura media, que parecía mirar indiferente a los turistas. Correcto en el trato pero parco en palabras. Debo imaginar que puesto que una de las principales aficiones de los turistas y peregrinos es pegar la chapa, los hosteleros, salvo que estén dotados de una paciencia especial, deben de estar hartos de que les formulen siempre las mismas preguntas, de que los acosen extranjeros que, con frecuencia, parecen pensar que todo el mundo tiene la obligación de entender su idioma… No era el caso.

–¿Y dónde está esto? Me parece curiosa.

–A pocos kilómetros pero, coño, ¿no vais para allá? –añadió señalando nuestras mochilas adornadas con vieiras, que luego se nos cayeron y no repusimos y que delataban claramente nuestra condición.

–Sí, bueno, hacemos el Camino, pero no me suena esto. En nuestra guía no viene.

–Dejaos de guías y de hostias que ya os la encontraréis.

–¿Y qué tiene que ver con el bar? –seguí indagando.

–Bueno, no sé, que dicen que la hicieron los templarios que anduvieron por aquí o no sé qué.
¡Los templarios!

–Pues nada, papá, habrá que pasarse, ¿No?

–Pues pasaremos, además, si dice este hombre que está a pocos kilómetros… Y ello a pesar de que en El Camino un kilómetro de más hay que meditarlo bien, y de que mi padre es reticente en cuanto a eso. Se pone picajoso.

Tras pagar la cuenta y despedirnos cordialmente, volvimos sobre nuestros pasos hasta llegar de nuevo al ayuntamiento, pasar por la sorprendente iglesia de San Cernin que ya nos describió nuestra amiga la víspera y arrancar por la calle Mayor.

Aquella vía debió de ser la mayor en algún momento del medievo pero con los ojos de hoy quizás sea difícil no sorprenderse ante ese nombre puesto a una calle del casco viejo, estrecha, de unos ochocientos metros de largo, eso sí, totalmente recta y que discurría entre casas de vecinos más viejas que antiguas. Pero hay que decir que en Tarragona su calle Mayor tampoco sigue la idea de calle «Mayor» que tenemos por lo general en la cabeza. En eso se parece Pamplona a mi ciudad. Hay que volver.

Al final de la calle, tal y como estábamos advertidos por Camino, se encuentra la iglesia de San Lorenzo. Se reconoce perfectamente por los forjados en forma de parrilla que hay en su exterior, señal inequívoca, en la iconografía católica, del santo al que está dedicada aquella construcción.

No llamó nuestra atención. Parece un templo relativamente reciente, comparado con la catedral o San Saturnino. No llegamos a entrar pero, por lo visto, la imagen de san Fermín se encuentra en el interior de San Lorenzo. Desconozco si en Pamplona hay una iglesia dedicada a san Fermín. ¿No es esto otra rareza?

Seguimos avanzando. Salimos del casco viejo y, en pocos minutos nos enfrentamos a una recia fortaleza. Claramente de carácter defensivo. En mis pesquisas posteriores descubro que se trata, tal y como sospechábamos, de una antigua construcción militar cuya finalidad no era, como podría pensarse, servir de defensa adicional a la ciudad, ya de por sí bien pertrechada por las solidísimas murallas que hemos podido, en parte, contemplar.

Parece que tras la conquista de Navarra en 1512 y su relativa incorporación a la Corona de Castilla (la Comunidad Foral tuvo virrey hasta el siglo XIX y siempre ha tenido leyes propias, los famosos «fueros»), ni los austrias ni los borbones se fiaron nunca del todo del carácter levantisco de los locales y decidieron tener de manera permanente un destacamento fiel a la Corona, extramuros y bien defendido, que permitiera controlar futuras veleidades secesionistas.

No obstante, a mi curiosa mirada de concejal le llamó la atención otra cosa.

Camino, nuestra improvisada y entusiasta cicerone, en su pío discurso nos había colado algo que en este momento se me venía a la mente.

–Pamplona, además de con otras ciudades, se encuentra hermanada con Yamaguchi, que está en Japón. El parque más grande de la ciudad, además, se llama así, «Yamaguchi».

–Y qué tiene Pamplona con los japoneses. ¿Les gustan mucho los sanfermines?, ¿los toros? –Preguntó otra de las parroquianas. Admito que mi padre y yo prestábamos poca atención en ese momento.

–No, mujer –prosiguió Camino–. En Yamaguchi es donde san Francisco Javier levantó la primera misión católica que hubo en Japón, que de aquellas se llamaba Zipango.

No me preguntéis cómo fui capaz a posteriori de recordar aquellos datos. En ese momento solo fui consciente de que el mayor parque de Pamplona tenía nombre de tamagochi y esto se me hizo raro al contemplar en ese momento una inmensa explanada de hierba, muy verde, limpia y cuidada, que rodeaba casi por completo aquella fortaleza: la Vuelta del Castillo.