Como es bastante probable que, si estás leyendo estas líneas sea porque nos une una relación de afecto, eres mi padre o madre, mi pareja y mujer Ana, a cuyas espaldas me he dedicado a componer estas maltrechas reflexiones, mi vecino de enfrente, aquella vecina que pasó el otro día por mi despacho…, me voy a permitir tutearte...
Si resulta que eres el Delegado
del Gobierno, mi director de departamento de Derecho Civil, el Dalai Lama o el
coadjutor de Sant Magí, lo lamento, te tutearé igual, pero que sepas que
apearte del tratamiento no resta ni un ápice al respeto que te tengo, ya sea
institucional, intelectual o espiritual.
Permítaseme, no obstante, una
excepción. Creo que de mi antiguo colegio dels caputxins, hoy inexistente, el
Vallellano, anda por ahí un único OFM Cap. (Ordo Fratrum Minorum Capuccinorum):
el Pare Pere. A usted, padre, le seguiré tratando con la misma reverencia que
cuando colegiales nos dedicábamos a las trastadas.
Esas páginas de cotilleos que
pomposamente hemos dado en denominar «redes sociales», con intransigente
frecuencia nos obligan a algo tan absurdo como resumir hasta la paranoia.
Nos quejamos de que nuestras
hijas e hijos cada vez leen menos, que cada vez se cuida menos la expresión
escrita y, a la vez, nos empeñamos en comunicarnos con el mundo a través de ese
Twiter, que el diablo confunda, y que tantos quebraderos de cabeza nos da como
puerta que es hacia la improvisación, el repente, la urgencia.
¡Y nos da unos disgustos que…!
¿Qué te voy a contar que no sepas? Mis meteduras de gamba en Twiter son
legendarias. Nada nuevo. Cuando me ha pasado, no ha sido, de verdad lo digo, de
mala fe. Ha sido porque sin percatarme, a veces, actúo más por cómo siente la
persona, que por cómo debe actuar el cargo. Y porque no puedo aguantar la
falsedad, y de vez en cuando caigo en lo que yo llamo, excesos de sinceridad.
No pretendo justificarme, sólo como digo, dejar claro que únicamente he tratado
de expresar, a veces de manera excesivamente desnuda, lo que pienso y siento. Y también hay que decir que otras veces ni siquiera eso. Simplemente me equivoco.
“¿Qué hago yo aquí?”, como irás viendo, es un
tuit sobre El Camino de Santiago. Algo largo, eso sí, pero en esencia, no es
sino una reflexión suelta, sincera, despistada, anodina, quizá, que ha decidido
gritar impúdica, coquetona y directa (como a mí me gusta), ¡que le den a los
ciento cuarenta!
Son una serie de artículos que
hablan sobre El Camino, sobre sus historias, pero también sobre la vía
iniciática que representa éste; habla sobre la vida y sus piedras, pero también
sobre todo lo bueno que puedes aprender caminando por ella (o por él).
Solo pretendo ofrecer una ristra
de reflexiones sinceras en voz alta, que no son más que mis propios
pensamientos al hilo de una experiencia tan especial y reconfortante, tan
divina, como es El Camino. Y no intento escribir otra guía, ni exponer vastos
conocimientos. Vaya ello, para comenzar, como aviso previo a posibles lectores.
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