domingo, 28 de septiembre de 2014

La fe, la derecha y la compostela (parte 1)




La del alcoyano, o sea, la fe por antonomasia, la de verdad, la acrítica, la que no cuestiona los dogmas y asume, como dios manda, la doctrina oficial de Roma, asumámoslo, es infrecuente.

Por otro lado, a todos los que pasamos de una cierta edad, no necesariamente avanzada, se nos educó, aun indirectamente pues mis padres nunca fueron practicantes, en la fe católica y si a lo largo de nuestra vida hemos decidido vivir en el sentimiento de que existe algo más allá de lo tangible, lo más frecuente es que no hayamos renegado de forma explícita de este catolicismo aunque eso, ni de lejos, supone asumir ni en teoría ni en la práctica la mayor parte de los postulados de la Iglesia de Roma.

No en vano me defino como creyente agnóstico. Es decir, creo que debe haber algo para que ‘esto’ tenga sentido, me parece de pura lógica, pero ni mucho menos con los ornamentos o boatos que defiende la doctrina oficial católica.

Esta aceptación callada del catolicismo como fe mayoritaria en España da lugar a gravísimas disonancias en la acción política que no podemos obviar.


Me resulta impensable abordar mi primera aproximación a la reflexión escrita (¿Qué hago yo aquí?) sin poner negro sobre blanco dónde se halla el abismo que separa al pensamiento y la acción política del conservadurismo, de la socialdemocracia que en España  representa el PSOE y en Catalunya el PSC. Más adelante lo analizaremos pero ahora, metidos como estamos en la Ruta Jacobea, parece pertinente quejarse del uso torticero, espurio y hasta antievangélico, si se me permite, que ha hecho la tradición política más reaccionaria de Europa –hoy en el poder en España, del mensaje de Jesús de Nazaret.

Sin ánimo de establecer elaboradas líneas de pensamiento que solo a los filósofos corresponden, podríamos fijar la existencia de una ética social, general, dotada de infinidad de matices pero que es la nuestra y sienta sus bases, como todo el pensamiento de esta realidad cultural que es Occidente, en la filosofía greco-latina –Platón y Aristóteles, fundamentalmente–; en el Derecho Romano y, cómo no (¡no lo discuto!), en el Cristianismo encarnado en los escritos propios y/o atribuidos a Saulo de Tarso o, si queréis, san Pablo.

El tsunami de lucidez que fue la Ilustración, allá por el XVIII, crea además el entramado ideológico básico del que brota, en primer lugar, la Revolución Americana y la propia existencia de los Estados Unidos. Posteriormente, esta forma de organización social (política, creo que se llama) va asentándose en los diferentes países americanos, recién independizados, y en los europeos de manera paulatina. El cubano Alejo Carpentier arroja mucha luz con El siglo de las luces sobre cómo se trasladan los principios de la Revolución Francesa a las experiencias latinoamericanas.

Y quienes hacen estas revoluciones son, mayoritariamente creyentes, pero radicales en cuanto a la convicción de que las creencias espirituales deben circunscribirse al ámbito de lo privado, por muy amplio que sea.

La asunción de la existencia de una ética colectiva al margen de las convicciones místicas de cada cual es uno de los elementos básicos de Occidente (el famoso «Derecho Natural», o los propios Derechos Humanos, por ejemplo), en otras palabras: la política se hace y debe hacerse al margen de la religión, de las religiones. Y no es nada fácil.

Por razones que sería largo explicar, en Catalunya en particular, y en España de forma más general, el catolicismo institucional ha gozado de un poder social omnímodo que en estos momentos de zozobra se pone de manifiesto de manera casi dramática. La reforma hasta hace poco en ciernes, de la legislación sobre el aborto es un buen ejemplo. Un cambio en un asunto delicado, que afecta a cuestiones íntimas, sobre el que existe un amplísimo consenso social al margen de ideologías y que, iba a perpetrarse pura y simplemente porque lo exigía la Conferencia Episcopal. ¡Pero qué país es este!

Y conviene hacer memoria. La mayor parte de los avances sociales de los que podemos disfrutar se han llevado a cabo, con una fortísima oposición de esa histórica coalición que han formado la iglesia oficial con los defensores ideológicos de las clases más acomodadas, esto que solemos coincidir en denominar la derecha.

Tenemos muy cercanas las manifestaciones y recursos legales en contra de la igualdad de derechos de las personas homosexuales, pero si echamos la vista atrás podremos ver que esas mismas fuerzas sociales hicieron lo indecible en contra de los principios más elementales de la libertad sexual, de los derechos de la mujer, se opusieron al divorcio e incluso, por ridículo que hoy nos pueda parecer, a que el adulterio (femenino) desapareciera del código penal.

Me siento legitimado para negarme a dar por bueno que ser creyente, pensar y sentir que existe algo más allá de nuestra propia realidad tangible, tenga ni por asomo que ver con los principios que desde siempre –desde el propio imperio Romano– ha sustentado el clericalismo. Y lo más terrible es constatar que son excepcionales las culturas, las sociedades, las formas de organización política en que el sector más represivo del poder no haya ido de la mano con esta o aquella forma de expresión religiosa.

No soy, además, de los que piensan que simplemente con la adopción por parte de un jesuita argentino del solio pontificio las cosas puedan cambiar. Estoy dispuesto hasta a concederle el beneficio de la duda. Hasta el momento, no ha dado muestras, como sí sus antecesores, de un radicalismo recalcitrante, es cierto. Me cabe hasta la sensación de que este hombre pueda albergar en su corazón un concepto distinto del hecho religioso, más apegado a lo humano –poco hay más humano que el Evangelio– que a lo divino, pero pienso que tantos siglos de trabajar para los poderosos difícilmente se borran en media docena de encíclicas y una generación papal. También me planteo si, de querer él acometer ciertamente una trasformación en la Iglesia, lo dejarían.

Aun así, ya digo, tiene el beneficio de la duda, porque ya veremos si lo es, pero de momento al menos, parece algo diferente. No en vano deviene de una orden dentro del Catolicismo, los jesuitas, que han representado bajo mi punto de vista, el catolicismo más progresista y cercano a lo terrenal.

0 comentarios :

Publicar un comentario