lunes, 29 de septiembre de 2014

La fe, la derecha y la compostela (parte 2)

En el ámbito municipal también hay controversias. No es un tema sencillo. Afortunadamente, los socialistas hemos solido tratar el asunto entre nosotros con infinito respeto mutuo, pero cuestiones que podrían parecer intrascendentes como la asistencia de los cargos públicos a las procesiones, o la inclusión de misas y otras liturgias en un programa de fiestas auspiciado por el poder civil y el pueblo llano del que deriva, es algo que siempre genera una cierta discusión.

Por lo general, los partidarios de mantener estas costumbres lo hacen desde la certeza de su carácter tradicional, popular e inocente. Parecen pensar que la población no aceptaría de buen grado, que los momentos festivos de encuentro entre tarraconenses fueran otros que los religiosos.

Y yo no estoy en las procesiones. Fijaos que sería fácil usar la demagogia y asistir sin decir ni mú de lo que creo, o en sentido contrario, decir, por ejemplo, «¿cómo puede un cargo público salir en procesión con el jerarca de la institución que pretende llevar a las mujeres, ley del aborto mediante, a niveles de hace cincuenta años?». Y misma (i)rreflexión podría hacerse con la libertad sexual, con los modelos de familia, de enseñanza… Y si tiramos del libro de Historia –como señalaba hace unas líneas– ya es el acabose. La Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, cuyas procesiones pisan nuestras calles en toda festividad que se tercie, hace un papelón que para qué, y no resiste el mínimo análisis de sensatez en lo que a sus expresiones más mediáticas se refiere. Pero asociar las expresiones de cultura popular al hecho religioso tradicional al que me estoy refiriendo, sería tanto como no entender nada. No soy o me considero en absoluto anticlerical, pero sí estoy radicalmente en contra del clericalismo.

Como no cuestiono la sagacidad interpretativa de quienes leéis estas líneas, no me asalta la duda sobre si alguien entenderá que existen contradicciones entre mi reivindicación de las manifestaciones religiosas como hecho cultural, y mi punto de vista radical en cuanto a que un cargo público, en calidad de tal, no debería asistir a liturgias, procesiones, misas y rosarios.

Otros compañeros y compañeras socialistas opinan de distinta manera. El propio alcalde, mi respetado Pep Félix Ballesteros, creyente en cierta forma como yo mismo, aunque a la vez absolutamente diferente, opina también de manera distinta. En esta tesitura solo me cabe una duda, pertinaz, irresoluble: ¿son más firmes mis convicciones respecto a mi actuación, o mi respeto hacia la forma de operar de mis compañeros y compañeras, perfectamente legítima?


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