Soy catalán.
Me siento catalán, y estoy orgulloso de serlo. Como en muchas otras
familias, con mis ancestros cartageneros y andaluces, y con mi mujer, hablo en
castellano, y con mi hijo y mi hija en catalán.
Esta
normalidad en el uso del idioma, que aquí siempre hemos vivido con naturalidad,
sin traumas ni tabúes, contrasta de manera descarada con la percepción muchas
veces interesada que se tiene de nuestra tierra desde fuera de ella.
Sospecho que
la mayoría de las catalanas y catalanes, sea cual sea nuestro credo político,
observamos entre la perplejidad y el estupor la imagen de conflicto permanente
–con el idioma y con muchas más cosas– que muchos se empeñan en reflejar en un
ejercicio de comunicación a mitad de camino entre el astracán y el esperpento.
Pero de la
misma forma, los propios catalanes, de manera mayoritaria, no nos hemos tomado
la molestia de plantearnos que el mismo ejercicio de inmundicia informativa que
se hace con estas tierras, tiene lugar en muchas otras partes, en la propia
España y muy cerca de ella.
Luego,
viajamos con los ojos abiertos, y se nos queda cara de panoli al enfrentarnos a
evidencias extraordinariamente cercanas pero que, para nosotros, hasta ese
momento, como me pasó a mí en Saint Jean de Pied de Port, permanecían no solo
inadvertidas sino, directamente, ocultas, escondidas. ¿Cómo es posible que
sepamos tan poco unos de otros?
Muchas veces,
muchísimas, cientos, quizá miles, tanto en el camino como en El Camino, en mi
vida familiar, civil, política y de peregrino a Santiago de Compostela –en
realidad, todas son la misma–, me he preguntado cómo es posible que durante
buena parte del siglo XX hayamos consentido impávidos que desde el poder, en un
ejercicio tan ladino como eficaz de ‘divide y vencerás’, se haya malmetido a
unos pueblos contra otros y se haya fomentado la ignorancia de la que surgen la
incomprensión y los subsiguientes problemas, algunos de ellos de rabiosa
actualidad.
¿Cómo es
posible que yo no supiera que Navarra, en el plano cultural e histórico, está
mucho más allá de los actuales límites administrativos y que esa zona de la
Baja Navarra está poblada mayoritariamente por vascos que, además, reclaman la
identidad plena para Aquitania?
¿Cómo hemos
permitido que en Ciudad Real sea más conocido Santa Klaus que el Cagatió o el
Olentzero?
0 comentarios :
Publicar un comentario