domingo, 28 de septiembre de 2014

Donibane Garazi: estrambote

Soy catalán. Me siento catalán, y estoy orgulloso de serlo. Como en muchas otras familias, con mis ancestros cartageneros y andaluces, y con mi mujer, hablo en castellano, y con mi hijo y mi hija en catalán.

Esta normalidad en el uso del idioma, que aquí siempre hemos vivido con naturalidad, sin traumas ni tabúes, contrasta de manera descarada con la percepción muchas veces interesada que se tiene de nuestra tierra desde fuera de ella.

Sospecho que la mayoría de las catalanas y catalanes, sea cual sea nuestro credo político, observamos entre la perplejidad y el estupor la imagen de conflicto permanente –con el idioma y con muchas más cosas– que muchos se empeñan en reflejar en un ejercicio de comunicación a mitad de camino entre el astracán y el esperpento.

Pero de la misma forma, los propios catalanes, de manera mayoritaria, no nos hemos tomado la molestia de plantearnos que el mismo ejercicio de inmundicia informativa que se hace con estas tierras, tiene lugar en muchas otras partes, en la propia España y muy cerca de ella.

Luego, viajamos con los ojos abiertos, y se nos queda cara de panoli al enfrentarnos a evidencias extraordinariamente cercanas pero que, para nosotros, hasta ese momento, como me pasó a mí en Saint Jean de Pied de Port, permanecían no solo inadvertidas sino, directamente, ocultas, escondidas. ¿Cómo es posible que sepamos tan poco unos de otros?

Muchas veces, muchísimas, cientos, quizá miles, tanto en el camino como en El Camino, en mi vida familiar, civil, política y de peregrino a Santiago de Compostela –en realidad, todas son la misma–, me he preguntado cómo es posible que durante buena parte del siglo XX hayamos consentido impávidos que desde el poder, en un ejercicio tan ladino como eficaz de ‘divide y vencerás’, se haya malmetido a unos pueblos contra otros y se haya fomentado la ignorancia de la que surgen la incomprensión y los subsiguientes problemas, algunos de ellos de rabiosa actualidad.

¿Cómo es posible que yo no supiera que Navarra, en el plano cultural e histórico, está mucho más allá de los actuales límites administrativos y que esa zona de la Baja Navarra está poblada mayoritariamente por vascos que, además, reclaman la identidad plena para Aquitania?


¿Cómo hemos permitido que en Ciudad Real sea más conocido Santa Klaus que el Cagatió o el Olentzero? 

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