lunes, 10 de noviembre de 2014

Nosotros sí que podemos (final)


Nosotros sí que podemos (parte 1 y 2)

(continuación)

Y hablando de tramposos…

Sería extraño no hacer referencia al populismo de izquierdas que tanto susto ha dado a muchos al ver los resultados de las pasadas elecciones europeas.

Y quiero ser muy claro también en este asunto, íntimamente ligado al anterior: no es ni sensato ni democrático ni honrado decirle a cada uno lo que quiere oír.

Valoro más a mis amigos que, a grandes rasgos, son los de toda la vida, porque saben que lejos de molestarme cuando me dicen «Carles, estás metiendo la pata en…», lo agradezco. Líbrenos el cielo de aquellos que nos adulan sin mesura, que jamás enfrentan nuestros puntos de vista o que antes de decirnos aquello que puede no gustarnos miran para otro lado y silban.

Si un mérito hay que reconocerle –tiene muchos– al socialismo español, encarnado en el PSOE y el PSC es el de no haber ocultado nunca que gobernar consiste, muchas veces, en hacer complicados ejercicios que difícilmente pueden contentar a todo el mundo.

Se nos dice con frecuencia que el electorado socialista, históricamente, ha estado a la izquierda de sus dirigentes. Aunque muchas veces así ha sido, no me lo creo del todo de manera absoluta.

Con independencia de que muchas veces nos haya faltado claridad, pedagogía, quizá valor también para afrontar determinadas decisiones, la única diferencia entre un militante o simple votante socialista y un, pongamos por caso, concejal del ayuntamiento de Tarragona es que aunque ambos actúan de acuerdo con su ideología y movidos por un horizonte de justicia social, el segundo ha de actuar necesariamente alejado de sectarismos. El concejal del que hablamos lo es de todos y todas los y las tarraconenses, no solo de los que le votaron. Y esta inevitable responsabilidad condiciona, como no puede ser de otra manera, la acción política.

El PSC o el PSOE nacieron como partidos cuyo fin último es transformar la sociedad en un marco de pluralismo político en el que aspiramos a convencer a la mayor cantidad de gente posible de la bondad de nuestros principios y fines, pero pretender gobernar solo para los nuestros, como parecen pretender algunos partidos, es también saltarse las reglas de juego.

Puedo entender que las vicisitudes que han debido arrostrar millones de familias en los últimos tiempos las haya situado un punto de desencanto en el que la tentación del «todo vale» pueda imponerse.

Sé que se han hecho muchas cosas mal (no solo lo sé, sino que lo he dicho). Sé también que colectivamente no se asume por parte de los partidos con vocación de gobierno que muchas de las bases sobre las que se asentó la Transición hoy están podridas. Que la mayor parte de la población española no pudo votar la Constitución Española que marca las reglas del juego.

Es preciso cambiar muchas cosas. Desde la organización territorial hasta la ley de Partidos, la financiación de estos, el modelo de democracia participativa, la propia organización interna de las formaciones políticas… Hay que abrir ventanas. Es verdad, hay que cambiarlo.

Como estamos atravesando Navarra, me viene a la mente aquella cita de un personaje de Azpeitia que en su juventud estuvo muy vinculado a la propia ciudad de Pamplona. Decía Íñigo (Ignacio) de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, concretamente en el 318, que «en tiempo de desolación no hagas mudanza». Hay quien cambia «desolación» por zozobra, da igual.

San Ignacio, tan equivocado en muchas otras cosas, tenía «más razón que un santo» (perdonadme la broma fácil) en esta proposición.

La crisis económica se ha convertido en crisis política, ideológica, de principios, de cohesión social… Además, para colmo, «los de siempre» han aprovechado que el Francolí pasa por Tarragona para hacer retroceder los derechos sociales y políticos hasta niveles que en el propio franquismo no se habrían imaginado.

La derecha española, como ya pergeñé en otras páginas, no es que sea la más conservadora de Europa. De hecho, yo no creo que sean de derechas en sentido estricto. Lo suyo no es ideológico, aunque sí haya un trasfondo ideológico. No es que pretendan un modelo de construcción social de «padre autoritario», por usar una definición de Lakoff. El PP (o los pepés, que en realidad hay muchos), no es sino la estructura de poder encaminada a mantener y potenciar los privilegios de unos pocos, en general sectores económicos, la Iglesia entre ellos, a expensas de la mayoría. Y esto no es una ideología, es una práctica política, que es bien distinto.

Esta realidad, es cierto, dificulta enormemente cualquier atisbo de modificación de las reglas de juego, pero la manera de cambiarlo es en la calle, en las plazas, en las tertulias, en el plano de las ideas, del discurso, con pedagogía, convicción, ideas claras… O sea, mediante una transformación social que si bien comenzó a darse de una manera importante en tiempos de Felipe González –y en alguna medida con Rodríguez Zapatero y hasta me atrevo a decir que con Montilla– aún estamos muy lejos de alcanzar.

¿Qué a nuestros votantes les gustaría que fuésemos más allá en políticas de regeneración económica, social y democrática? ¡Seguro! A mí también. ¿Qué a nuestros votantes, en alguna ocasión, les resulta más cómodo orientar su voto a otras formaciones de izquierdas que les regalan la oreja con aquello que desean escuchar? Es comprensible. Pero no siempre es sensato.

Lo diré hasta la saciedad. No se pueden hacer trampas.

Permítaseme, al hilo de esto, criticar unas recientes declaraciones de alguien a quien admiro profundamente y que no se ha caracterizado nunca por hacer un discurso tramposo: Odón Elorza. ¡Pero qué buen tipo es Odón y hay que ver cómo me gusta en general su discurso!

Elorza proponía hace pocos días excarcelar a Arnaldo Otegui. El hecho concreto es que, con razón o sin ella, el político vasco es considerado «preso político» por docenas de organizaciones de defensa de los derechos humanos en todo el mundo. Yo soy el primero que no entiende muy bien que la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo y el propio Tribunal Constitucional hayan promovido, confirmado y mantenido su encarcelamiento por el caso Bateragune. No lo entiendo. Ni lo comparto pero, ¿la alternativa es, una vez más, obviar las reglas de juego? No, y es lo que propone Odón.

Pero volvamos al Camino, que bastante tabarra os estoy dando con esto de la política.

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