domingo, 7 de diciembre de 2014

El Temple y las rarezas pamplonesas (3rd part)

Primera parte del post

Segunda parte

Tercera:

En algunos aislados árboles de aquella gran pradera se podía leer:

«Perros sueltos, SÍ. Recoja sus excrementos, No deje sueltos perros peligrosos. Hágase cargo de su animal…».

Uno de los detalles que ponen de manifiesto el nivel de civismo y progreso de una sociedad es la forma en que trata a sus mascotas.

Los encargados de las ordenanzas que regulan la tenencia de animales domésticos somos, precisamente, los ayuntamientos.

En ocasiones me avergüenza admitir que nos hemos dejado llevar por la desidia y en vez de dar un margen de confianza a la inmensa mayoría de la ciudadanía, que se comporta con decoro y corrección, hemos optado por la vía represiva, tratar a todos los perros como si fueran asesinos en potencia y convertir a los dueños en una suerte de apestados. Es culpa de una minoría es cierto. Pero de una minoría que afecta mucho con su mucha falta de civismo. Es uno de los problemas más denunciados por la vecindad de Tarragona, y de las cosas más molestas en determinados lugares donde, por ejemplo, pueden llegar a jugar niños.

Pues resulta que en esta ciudad en la que nos encontramos han entendido las cosas de otra manera y aquel parque tan grande –ideal para que jueguen los perros, qué duda cabe–, está dedicado a la coexistencia pacífica de seres humanos y canes.

A ver dónde encontramos en Tarragona un espacio parecido. No se me ocurre motivo alguno por el que mis paisanos sean menos cívicos que las gentes de aquella acogedora ciudad. Y a pesar de ello, sería impensable en la ciudad en la que estoy de concejal. Al menos actualmente, y de momento…

–¡Papá, esto se lo tengo que contar también al Pep Félix!

–¡¿Otra vez?! Desconecta, anda.

Lo de andar lo decía en sentido literal. Entre comentar lo anodino que es el exterior de San Lorenzo, lo pequeña que es la calle Mayor, la charleta en el Temple y las reflexiones en la Vuelta del Castillo no terminábamos de salir nunca de la vieja Iruña.

Con mucho, lo peor del Camino es el padecimiento de andar por el interior de los cascos urbanos. Además, por muy acostumbrados que estén los locales a la presencia de peregrinos –imagino que esto en algunas temporadas debe de ser una auténtica procesión multicolor, no dejan de mirarnos curiosos. Los niños, más espontáneos, nos señalan con el dedo. Nos sabemos observados y dependiendo del entorno y del momento esto nos causa un cierto orgullo o unas tremendas ganas de salir de allí cuanto antes.

El peregrino medio no desea ser un espectáculo. Buscamos la paz.

Continuamos la salida de la ciudad y nos topamos con las aparentemente extraordinarias instalaciones de la Universidad de Navarra, el centro académico opusino por antonomasia.

Dos referencias cinematográficas me asaltan, una más antigua y otra relativamente moderna. Por un lado, el cabo Gutiérrez –José Sazatornil–, en la espléndida Amanece, que no es poco, preguntándole a Teodoro, ingeniero en Oklahoma –Antonio Resines–,  que se encuentra detallando su actividad en la universidad americana. «Y, ¿hay mucho Opus?».

El segundo recuerdo es más duro, durísimo. El film Camino, de Javier Fesser, que he comentado antes al hilo del nombre de la peregrina y que protagoniza una niña aquejada de una grave enfermedad que finalmente acabará con su vida pero cuya madre, supernumeraria de la Obra y que ha llevado a la niña a la CUN (Clínica Universitaria de Navarra), le dice amorosa «ofrécele tus dolores a la Virgen». ¡Tremendo!

Tampoco alcanzo a conocer por qué una ciudad, en muchos aspectos tan progresista como Pamplona y en la que, además, la izquierda abertzale goza de un porcentaje muy elevado de votos, tiene un vínculo histórico tan hondo con el Opus Dei.

«El navarrico, con su misica y su putica» y «los domingos misa y los lunes putas» son dos expresiones que escuché en más de una ocasión a un amigo que presumía de conocer bien Navarra. No me creo los estereotipos. Los catalanes no somos tacaños. Y este extraño vínculo entre el alma y la carne que parecía explicar mi amigo tampoco me lo creo. Pero se dice. Pues ahí, dicho quede.


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