domingo, 7 de diciembre de 2014

El Temple y las rarezas pamplonesas (2nd part)

Primera parte del post

Segunda:

–Eunate. La iglesia de Eunate.

Quien respondía era un camarero, quizá el dueño, cercano a los sesenta años, fornido, de estatura media, que parecía mirar indiferente a los turistas. Correcto en el trato pero parco en palabras. Debo imaginar que puesto que una de las principales aficiones de los turistas y peregrinos es pegar la chapa, los hosteleros, salvo que estén dotados de una paciencia especial, deben de estar hartos de que les formulen siempre las mismas preguntas, de que los acosen extranjeros que, con frecuencia, parecen pensar que todo el mundo tiene la obligación de entender su idioma… No era el caso.

–¿Y dónde está esto? Me parece curiosa.

–A pocos kilómetros pero, coño, ¿no vais para allá? –añadió señalando nuestras mochilas adornadas con vieiras, que luego se nos cayeron y no repusimos y que delataban claramente nuestra condición.

–Sí, bueno, hacemos el Camino, pero no me suena esto. En nuestra guía no viene.

–Dejaos de guías y de hostias que ya os la encontraréis.

–¿Y qué tiene que ver con el bar? –seguí indagando.

–Bueno, no sé, que dicen que la hicieron los templarios que anduvieron por aquí o no sé qué.
¡Los templarios!

–Pues nada, papá, habrá que pasarse, ¿No?

–Pues pasaremos, además, si dice este hombre que está a pocos kilómetros… Y ello a pesar de que en El Camino un kilómetro de más hay que meditarlo bien, y de que mi padre es reticente en cuanto a eso. Se pone picajoso.

Tras pagar la cuenta y despedirnos cordialmente, volvimos sobre nuestros pasos hasta llegar de nuevo al ayuntamiento, pasar por la sorprendente iglesia de San Cernin que ya nos describió nuestra amiga la víspera y arrancar por la calle Mayor.

Aquella vía debió de ser la mayor en algún momento del medievo pero con los ojos de hoy quizás sea difícil no sorprenderse ante ese nombre puesto a una calle del casco viejo, estrecha, de unos ochocientos metros de largo, eso sí, totalmente recta y que discurría entre casas de vecinos más viejas que antiguas. Pero hay que decir que en Tarragona su calle Mayor tampoco sigue la idea de calle «Mayor» que tenemos por lo general en la cabeza. En eso se parece Pamplona a mi ciudad. Hay que volver.

Al final de la calle, tal y como estábamos advertidos por Camino, se encuentra la iglesia de San Lorenzo. Se reconoce perfectamente por los forjados en forma de parrilla que hay en su exterior, señal inequívoca, en la iconografía católica, del santo al que está dedicada aquella construcción.

No llamó nuestra atención. Parece un templo relativamente reciente, comparado con la catedral o San Saturnino. No llegamos a entrar pero, por lo visto, la imagen de san Fermín se encuentra en el interior de San Lorenzo. Desconozco si en Pamplona hay una iglesia dedicada a san Fermín. ¿No es esto otra rareza?

Seguimos avanzando. Salimos del casco viejo y, en pocos minutos nos enfrentamos a una recia fortaleza. Claramente de carácter defensivo. En mis pesquisas posteriores descubro que se trata, tal y como sospechábamos, de una antigua construcción militar cuya finalidad no era, como podría pensarse, servir de defensa adicional a la ciudad, ya de por sí bien pertrechada por las solidísimas murallas que hemos podido, en parte, contemplar.

Parece que tras la conquista de Navarra en 1512 y su relativa incorporación a la Corona de Castilla (la Comunidad Foral tuvo virrey hasta el siglo XIX y siempre ha tenido leyes propias, los famosos «fueros»), ni los austrias ni los borbones se fiaron nunca del todo del carácter levantisco de los locales y decidieron tener de manera permanente un destacamento fiel a la Corona, extramuros y bien defendido, que permitiera controlar futuras veleidades secesionistas.

No obstante, a mi curiosa mirada de concejal le llamó la atención otra cosa.

Camino, nuestra improvisada y entusiasta cicerone, en su pío discurso nos había colado algo que en este momento se me venía a la mente.

–Pamplona, además de con otras ciudades, se encuentra hermanada con Yamaguchi, que está en Japón. El parque más grande de la ciudad, además, se llama así, «Yamaguchi».

–Y qué tiene Pamplona con los japoneses. ¿Les gustan mucho los sanfermines?, ¿los toros? –Preguntó otra de las parroquianas. Admito que mi padre y yo prestábamos poca atención en ese momento.

–No, mujer –prosiguió Camino–. En Yamaguchi es donde san Francisco Javier levantó la primera misión católica que hubo en Japón, que de aquellas se llamaba Zipango.

No me preguntéis cómo fui capaz a posteriori de recordar aquellos datos. En ese momento solo fui consciente de que el mayor parque de Pamplona tenía nombre de tamagochi y esto se me hizo raro al contemplar en ese momento una inmensa explanada de hierba, muy verde, limpia y cuidada, que rodeaba casi por completo aquella fortaleza: la Vuelta del Castillo.


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