Dentro de pocos meses oiréis resonar por
estas montañas el agudo silbido de la locomotora. Es la voz del vapor que nos
llama a la civilización…
ARMANDO PALACIO VALDÉS: La aldea perdida.
–Hola, Carles Castillo, ¿no? ¿Le importa
que me siente?
–Sí, bueno, soy Carles Castillo, siéntate,
claro –accedí un poco extrañado.
Me llamaron la atención varias cosas. Por
una parte, políticos y no políticos solemos respetar al de enfrente y su
intimidad en el transporte público. Es cierto que, alguna que otra vez,
personas de edad, por lo común militantes socialistas y a las que trato, sean
hombres o mujeres, como a mi misma madre, se me abalanzan para animarme y
contarme que me han visto por la tele o en un mitin o acto del partido. Son
entrañables y sus consejos, casi siempre, dignos de tener en cuenta, con la
salvedad de la coletilla nada infrecuente de «y qué guapo es el Primer
Secretario» (!!!). Aparte, como digo, de personas con cierta veteranía a las
que la edad ha despojado felizmente de pudor, casi nunca se me acerca persona
alguna en el autobús o el tren. Sí me pasaba, sin embargo, bastante a menudo, por la calle, cuando estaba de concejal en Tarragona. Este ciudadano me conocía y su
rostro carecía de registro en el archivo facial que toda persona tiene en su
cabeza. Lógicamente, me había visto en la prensa o en algún acto.
También me llamaba la atención otra cosa:
me trataba de usted y se dirigía a mí en castellano. Haciendo un análisis
rápido, me resultaba evidente que no era compañero del partido porque no me
habría tratado de usted. Lo del idioma se me hacía más raro aún porque, aunque
el castellano es mi lengua materna y en la que aún me dirijo a mis padres y
escribo muchos de mis textos, en la vida cotidiana nos hemos acostumbrado a
usar el catalán como forma habitual de comunicación. Además, es la que se
acostumbra en mi casa, pues es en la que me dirijo a mis hijos.
El que yo lo contestara apeando el
tratamiento del «usted» no tuvo pretensiones de ser falta de consideración por
mi parte. Simplemente, me resulta más cómodo. La conversación fluye mejor y mi
intención era que si aquel anónimo ciudadano iba a darme palique, al menos
hiciera lo propio y procediera a tutearme. Además, le calculé unos pocos años
más que yo y me parecía lo lógico.
Tal y como sospechaba, aquel personaje
tenía ganas de charla. Seguía mi trayectoria según me confesó y, además, ahí
estaba la clave, su padre era cartagenero. ¡Acabáramos! De todas maneras, al
parecer, no era la primera vez que coincidíamos en el ferrocarril pero sí que
nuestros asientos estaban tan próximos esta vez que facilitaban la charla.
Debo admitir que, por lo general, no me
gusta que me aborden sin venir a cuento, pero también es cierto que charlar de
vez en cuando con personas alejadas de este microcosmos que es la política nos
ayuda, con frecuencia a tener una perspectiva de la que a veces carecemos los
políticos.
Pasados los minutos de las presentaciones y
las generalidades, el hombre, al que podemos llamar Enric, se atreve a lanzar
su pregunta.
–Pero explícame una cosa, ¿cómo hay tanto
chorizo en política o, si queremos catalanizarlo, tanta butifarra?
La verdad es que con el cariz que estaba
tomando aquel diálogo me estaba viendo venir la «pedrada» tanto que no pude
sino empezar a responder esbozando una sonrisa.
–¡Butifarra! Hombre, está bien eso pero, ¿a
qué te refieres? A ver, sé más explícito.
–Hombre, Carles, llevamos una temporada que
no hay día que la prensa no anuncie un nuevo escándalo y que alguien se lo ha
llevado caliente. Ayer dimite la Esperanza Aguirre esta que parecía que no la
echaban ni con lejía pero es que hace unos días nos enteramos de que han
imputado a este de los vuestros que fue alcalde de Tarrassa.
–¡Ah! ¡El Pere!
–Sí, exacto, Pere Navarro, que además fue
también secretario general de vuestro partido, ¿no?
Comentaba antes que charlar con personas
alejadas de la actividad política me resulta enriquecedor. Tenía ante mí a
Enric, un ciudadano lo suficientemente informado como para seguir a grandes
rasgos la actualidad, pero suficientemente lejano a ella como para llamar
«secretario general» a nuestro «primer secretari». En resumen, Enric no parecía
una persona sin más, sino algo que a los representantes institucionales nos
resulta primordial: la voz de la calle.
–Sí, sí, primer secretari pero el asunto
del Pere que ha salido en la prensa no tiene nada que ver con ningún choriceo
ni butifarreo ni nada sino que es algo tan sencillo como que a un tipo le
escuchan decir por teléfono «voy a pedir un favor al Pere Navarro» y como un
investigado tiene más garantías procesales que un simple testigo, el juez
decide otorgarle esa categoría que, lógicamente, no implica absolutamente nada.
Yo soy abogado y lo entiendo en estos términos pero comprendo que con el follón
con el que nos enfrentamos a diario en la calle al final se mezcle todo. El
Pere es un buen hombre y no he tenido nunca referencias siquiera lejanas de que
haya hecho nada vergonzoso ni cuando era alcalde de Tarrasa ni cuando fue
diputado en el Parlament, como soy yo ahora ni, por supuesto, como Primer
Secretari de los socialistas catalanes. Es una persona honesta incluso hasta
para dimitir voluntariamente de alcalde en su momento, para dedicarse
exclusivamente a candidato al Parlament. Y esto no lo diría por mucha gente:
-me mojaría porque es inocente de haber hecho nada malo...
–Bueno, no sé –me interrumpió Enric– pero
entiende que quizá en este caso sea como dices pero en Catalunya y en todo el
Estado saltan líos de cosas gordísimas a diario. La sensación que tenemos
muchas personas es la de que hay que tomar medidas para limpiarlo todo a fondo,
desde los despachos de ministros y consellers hasta los juzgados pasando por lo
que se te ocurra.
Ante esa afirmación de mi interlocutor me
asaltó una duda, una curiosidad. No era importante pero mi lado cotilla me
llevó a preguntar yo también.
–Oye, Enric, ahora te explico esto, que yo
creo que no se entiende del todo pero tienes mucha razón en lo que dices y
muchos estamos en esa clave. ¿En las generales votaste a los del Rivera o a los
de la Colau?
–No, no, no me líes y no te líes. Mi
percepción sobre la realidad política es la de cualquier ciudadano, creo yo, y
eso es independiente de a quién haya votado o dejado de votar. Tenemos la mala
costumbre de colgar etiquetas y, en función de eso, calificar puntos de vista.
Solo te digo una cosa. Si yo pensara que tú puedes tener que ver en algún
asunto de los miles que brotan no te estaría preguntando.
–¿Pues sabes qué? ¡Que tienes toda la
puñetera razón! Me había asaltado la curiosidad pero es cierto que la situación
general está tan envenenada que prestamos oído al de enfrente en función de la
cartela que lleve y no por lo que dice. Así no podemos avanzar.
De pronto, en catalán, inglés y castellano
escuchamos: «próxima estación, Barcelona».
–Vaya, esto al final se nos ha quedado
corto pero tenía mucho interés en explicarte lo que yo pueda saber y entender
del asunto este de las butifarras. ¿Coges este tren con frecuencia?
–Sí, sí –replicó Enric–, ya te digo que no
es la primera vez que coincidimos lo que pasa es que…
–¡Pues no te cortes! Si vamos a coincidir
más veces. Hombre, a ver, que me puedes pillar preparando un acto o estudiando
un documento o alguna de estas cosas que aprovecho para hacer en el tren pero
me encantaría que coincidiéramos más veces y seguir charlando. A mí también me
viene muy bien.
–Pues encantado.
–Pues hasta pronto entonces.
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