domingo, 22 de febrero de 2015

El Elefante



En esta extraña mezcolanza de recuerdos del peregrinaje y reflexiones político-ideológicas, llevaba yo ya tiempo amenazando con hablar sobre algo por lo que se pasó casi de puntillas en el proceso de primarias para la secretaría general del PSOE: qué significa hoy ser socialista, qué es el socialismo, cuáles son nuestras señas de identidad, a qué modelos de sociedad aspiramos.

Casi siempre, para entender dónde queremos ir, es importante saber dónde estamos y para ello es imprescindible saber de dónde venimos. Y como el papel lo aguanta todo, me vas a disculpar si en mi habitual gusto por la provocación, digo algo que a la mayoría le sonará herético.

El Partido Socialista Obrero Español cuyo actual secretario general es Pedro Sánchez Castejón no fue fundado por Pablo Iglesias en 1879. Fue fundado por Felipe González en Suresnes en 1974. Del PSC, nacido tal y como lo conocemos, en 1978, se puede hacer una parecida reflexión.

Las siglas son las mismas y es obvio que hay una continuidad «administrativa» pero me temo que Pablo Iglesias –el impresor, no el de la coleta– nos mandaría a… bueno, sin groserías, que quiero decir que no se reconocería en un partido que ya en 1979 culmina su refundación aceptando la economía de mercado, renunciando al marxismo y que promueve, para colmo, la privatización de sectores estratégicos como la energía y las telecomunicaciones.

Dejando de lado ejercicios de funambulismo léxico, y para ser como me gusta a mí, claro y diáfano, somos menos de izquierdas que el ferrolano que, asimismo, fundó la UGT, Don Pablo Iglesias Possé.

Se me dirá que no somos «menos» izquierdosos sino «distintos». Bueno, vale y, como decía aquel anuncio, «aceptamos pulpo como animal de compañía».

Sí es cierto que somos distintos. Los propios conceptos de izquierda y derecha son distintos en la actualidad. Además, como ya expliqué antes, la propia derecha, en España, es muy rara. Quizá podríamos decir que son de derechas CiU, el PNV y, afinando un poco, Ciutadans, y ya mucho, UPN. El caso de UPyD es a todas luces más inclasificable. El permanente escoramiento errático del PP que se bambolea entre el centralismo jacobino, el clericalismo más recalcitrante, el autoritarismo franquista –todo lo contrario al liberalismo que, por otra parte, dicen propugnar– y la defensa, por encima de todo, de los intereses de clase de los suyos, una vez que reivindican que la lucha de clases ha terminado, condiciona la acción política de todos los demás. El PP, sea dicho sin acritud, no es un partido, es una paradoja (o una parajoda, que diría mi querida hermana Marisa) que parece confundir a todos los demás.

Pero la culpa no es de ellos, es nuestra. Es a los socialistas a quienes nos falta claridad en el discurso. Lo menos que se puede esperar de un partido político es que sea previsible, que defienda lo mismo cuando está en el gobierno que cuando en la oposición, que se sepa, al menos a grandes rasgos, cuál puede ser su respuesta ante determinados problemas.

No tratarán estas líneas de convertirse en un sesudo trabajo de análisis ideológico sobre lo que es y debería ser la sociademocracia en los países mediterráneos en los albores del siglo XXI, pero sí me parece absolutamente reivindicable un discurso dotado de coherencia que permita a la ciudanía saber, cuando nos vota, qué es exactamente lo que está apoyando. No me sirve aquello de: “somos de raíz republicana y apoyamos la monarquía”. Somos laicistas, y no apoyamos que la Iglesia pague su IBI en nuestros ayuntamientos. No lo entiende nadie.

Los programas electorales, con frecuencia, se redactan con una calculada ambigüedad que posibilita hacer una cosa o la contraria en función de cómo vengan dadas, y eso es poco honesto. No es hacer trampas de manera explícita pero muy limpio tampoco parece.

El caso es que, más allá de las lógicas coincidencias entre partidos que aceptan, con mayor o menor intensidad, el libre mercado, aquella bobada de «PSOE, PP, la misma mierda es», como consigna quinceañera puede tener un pase, pero nadie que se tome la molestia de leer el periódico todos los días puede, ni por asomo, defender semejante ocurrencia. Podemos aceptar incluso que, a veces amparados por una supuesta razón (otras veces perfectamente real y deseable; nada de supuesta) de responsabilidad de Estado, haya habido gestos de acercamiento innecesarios, pero es profundamente injusta esa equiparación.

Por otro lado, no es infrecuente que, en otras ocasiones, pongamos todo el empeño en marcar las diferencias. Al fin y al cabo, a nadie se le escapa que la ciudadanía del Estado –también de Cataluña–, se siente más cerca de la izquierda que de la derecha. Jamás la derecha –sea esto lo que sea– ni las políticas de derecha han gozado del fervor de la mayoría de la calle. Y cuando han tenido, como en la actualidad, la mayoría en las urnas no es porque hayan sido capaces de aglutinar en torno a sus propuestas a la mayor parte del cuerpo social y electoral sino, simplemente, porque el resto se ha desmovilizado.

Felipe González gozó de más apoyo social y electoral del que ha tenido político alguno, posiblemente, en toda la historia de España. Esto le permitió acometer un ambiciosísimo programa de reformas que convirtió a España en el país europeo y más o menos «moderno» que conocemos en la actualidad.

Por otro lado, no lo olvidemos, fue quien inició el enorme proceso de privatización en sectores energéticos, de comunicaciones, de industria pesada etc. El aparato económico del franquismo, en torno, sobre todo, al Instituto Nacional de Industria, mantenía unos niveles de intervención en la economía que hacían posible –mis padres me lo cuentan– que el precio del pan se publicara en el Boletín Oficial del Estado. Y había que desmontar aquello.

¿Qué se hizo mal? La pedagogía. Faltó pedagogía. ¿Es de izquierdas desmantelar el enorme aparato económico del Estado? ¡Pues puede serlo! Pero a nuestros mayores les faltó picardía o les sobró soberbia y nunca se explicó con el lenguaje que todo ciudadano entiende que modernizar las estructuras e infraestructuras de un país para acercarlo a las normas de funcionamiento que es ese paradigma del estado de bienestar que es Europa es, quizá, lo más izquierdoso que se puede llevar a cabo en un momento determinado.

Empezamos con Felipe González y así llegamos a aquella reforma constitucional, del famoso artículo 135 CE, pactada de tapadillo entre Rajoy y Pérez Rubalcaba, con Rodríguez Zapatero de presidente, y que tenía como finalidad «prometerle» a los mercados que, de acuerdo con nuestra carta magna, lo primero es pagar las deudas aunque sea a costa de la ciudadanía.

Se han hecho muchas cosas mal y ahora andamos buscando nuestro espacio político e intentando arreglar los fiascos electorales con un cambio de caras. Entiendo que no es esta la vía.

Y mirad que, por otro lado, estos rancios del PP nos lo ponen fácil. Su extraño sentido de la lealtad hacia los suyos (sean estos quienes sean) lo  empuja  a situarse en fuera de juego, con respecto a la sociedad, en buen número de ocasiones.

En Cataluña es palmario y a veces parecen estarse entreteniendo en «a ver quién la echa más gorda», pero a nivel más global no dejan de sorprender cuando se meten en charcos en los que, objetivamente, existe un altísimo nivel de consenso en la calle. Pienso sobre todo en asuntos de índole social como el tratamiento diferenciado a ciudadanos en función de su opción afectivo-sexual, el recurrente y actual tema del aborto, la religión en las escuelas…

De verdad, más allá de cuatro integristas, ruidosos, eso sí, pero cuatro, ¿a alguien le cabe en la cabeza que se deba mantener la situación privilegiada del catolicismo en la enseñanza pública? ¿Cómo es esto de que unos niños deban salir del aula en un momento determinado porque los padres y madres de otros, con frecuencia en franca minoría, hayan decidido que en la escuela se da catequesis? No he conocido a nadie capaz de defender el actual estatus pero también es verdad que los gobiernos socialistas no han sido capaces de desmontar la situación de una vez por todas.

No, ni somos iguales ni nos parecemos, pero es imprescindible articular un discurso de propuestas que vaya más allá del, qué duda cabe, importantísimo talante. No se puede mantener, por mucho que el PP nos lo ponga fácil, que ellos son unos rancios y nosotros somos guays, progres, modernos, ecologistas, más feministas que nadie y no vamos a misa los domingos.

Y ahora encima, va y aparece “Podemos”… ¿Me permitís que vuelva a decir clarito lo que pienso?... ¡Para ocupar un espacio político que nosotros hemos desatendido!. Para empujar una generación de jóvenes por el interés político como nosotros no hemos conseguido en la democracia, por el momento.

No digo que tengamos que ser Podemos, pero tampoco hemos de permitir que ellos sean nosotros.

Lo que digo es que el ideario de lo que defienden forma parte de los principios socialistas, y como mínimo, esa sensibilidad debía haber tenido representación política adecuada en los órganos, y sobretodo, entre los cargos públicos, por tal de ser representada, y poder desarrollarse.

Yo mismo diría que me afilié a la JSC por muchos de los principios que ellos dicen defender.

Ahora, toca sencillez, y empezar a mentalizarse para aceptar ser un partido, muy grande en cuanto a su historia, pero mediano o pequeño en su tamaño representativo-social. Para empezar a construir de nuevo, con esfuerzo y tesón, la representación social que las ideas socialistas merecen. Desde la radicalidad democrática y participativa, y desde la más absoluta humildad. Sabiéndonos herederos lejanos de la enorme dignidad de aquél Pablo Iglesias que un día decidió comenzar la andadura del socialismo en España, no podemos aceptar sin luchar no ser esenciales en las decisiones de este país.

Merece la pena.

***

Ya he citado en otras ocasiones a George Lakoff. Sí, el de No pienses en un elefante (Editorial Complutense, 2007). Este hombre tiene varios ensayos escritos pero creo que este que cito es un buen resumen de toda su obra.

Lakoff (¡Berkeley!, 1941) es profesor de lingüística en la Universidad de California y es uno de los mayores expertos mundiales en algo muy necesario pero que, a priori, nos puede sonar rarísimo: lingüística cognitiva.

Desde hace años, este profesor es asesor del Partido Demócrata de Estados Unidos y hasta donde sé, el PSOE lo contrató para la campaña electoral que catapultó a Rodríguez Zapatero a la Moncloa.


Alguien me contó también que por razones poco claras, el equipo dirigente de Ferraz decidió desoír los consejos de este sabio y prescindir de sus servicios. Pero volvamos al camino, luego hablamos más del elefante.

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