En esta extraña mezcolanza de recuerdos del
peregrinaje y reflexiones político-ideológicas, llevaba yo ya tiempo amenazando
con hablar sobre algo por lo que se pasó casi de puntillas en el proceso de
primarias para la secretaría general del PSOE: qué significa hoy ser
socialista, qué es el socialismo, cuáles son nuestras señas de identidad, a qué
modelos de sociedad aspiramos.
Casi siempre, para entender dónde queremos
ir, es importante saber dónde estamos y para ello es imprescindible saber de dónde
venimos. Y como el papel lo aguanta todo, me vas a disculpar si en mi habitual
gusto por la provocación, digo algo que a la mayoría le sonará herético.
El Partido Socialista Obrero Español cuyo
actual secretario general es Pedro Sánchez Castejón no fue fundado por Pablo
Iglesias en 1879. Fue fundado por Felipe González en Suresnes en 1974. Del PSC,
nacido tal y como lo conocemos, en 1978, se puede hacer una parecida reflexión.
Las siglas son las mismas y es obvio que
hay una continuidad «administrativa» pero me temo que Pablo Iglesias –el
impresor, no el de la coleta– nos mandaría a… bueno, sin groserías, que quiero
decir que no se reconocería en un partido que ya en 1979 culmina su refundación
aceptando la economía de mercado, renunciando al marxismo y que promueve, para
colmo, la privatización de sectores estratégicos como la energía y las
telecomunicaciones.
Dejando de lado ejercicios de funambulismo
léxico, y para ser como me gusta a mí, claro y diáfano, somos menos de
izquierdas que el ferrolano que, asimismo, fundó la UGT, Don Pablo Iglesias
Possé.
Se me dirá que no somos «menos»
izquierdosos sino «distintos». Bueno, vale y, como decía aquel anuncio,
«aceptamos pulpo como animal de compañía».
Sí es cierto que somos distintos. Los
propios conceptos de izquierda y derecha son distintos en la actualidad.
Además, como ya expliqué antes, la propia derecha, en España, es muy rara.
Quizá podríamos decir que son de derechas CiU, el PNV y, afinando un poco, Ciutadans, y ya mucho, UPN.
El caso de UPyD es a todas luces más inclasificable. El permanente escoramiento
errático del PP que se bambolea entre el centralismo jacobino, el clericalismo
más recalcitrante, el autoritarismo franquista –todo lo contrario al
liberalismo que, por otra parte, dicen propugnar– y la defensa, por encima de
todo, de los intereses de clase de los suyos, una vez que reivindican que la
lucha de clases ha terminado, condiciona la acción política de todos los demás.
El PP, sea dicho sin acritud, no es un partido, es una paradoja (o una
parajoda, que diría mi querida hermana Marisa) que parece confundir a todos los
demás.
Pero la culpa no es de ellos, es nuestra.
Es a los socialistas a quienes nos falta claridad en el discurso. Lo menos que
se puede esperar de un partido político es que sea previsible, que defienda lo
mismo cuando está en el gobierno que cuando en la oposición, que se sepa, al
menos a grandes rasgos, cuál puede ser su respuesta ante determinados
problemas.
No tratarán estas líneas de convertirse en
un sesudo trabajo de análisis ideológico sobre lo que es y debería ser la
sociademocracia en los países mediterráneos en los albores del siglo XXI, pero
sí me parece absolutamente reivindicable un discurso dotado de coherencia que
permita a la ciudanía saber, cuando nos vota, qué es exactamente lo que está
apoyando. No me sirve aquello de: “somos de raíz republicana y apoyamos la
monarquía”. Somos laicistas, y no apoyamos que la Iglesia pague su IBI en
nuestros ayuntamientos. No lo entiende nadie.
Los programas electorales, con frecuencia,
se redactan con una calculada ambigüedad que posibilita hacer una cosa o la
contraria en función de cómo vengan dadas, y eso es poco honesto. No es hacer
trampas de manera explícita pero muy limpio tampoco parece.
El caso es que, más allá de las lógicas
coincidencias entre partidos que aceptan, con mayor o menor intensidad, el
libre mercado, aquella bobada de «PSOE, PP, la misma mierda es», como consigna
quinceañera puede tener un pase, pero nadie que se tome la molestia de leer el
periódico todos los días puede, ni por asomo, defender semejante ocurrencia.
Podemos aceptar incluso que, a veces amparados por una supuesta razón (otras
veces perfectamente real y deseable; nada de supuesta) de responsabilidad de
Estado, haya habido gestos de acercamiento innecesarios, pero es profundamente
injusta esa equiparación.
Por otro lado, no es infrecuente que, en
otras ocasiones, pongamos todo el empeño en marcar las diferencias. Al fin y al
cabo, a nadie se le escapa que la ciudadanía del Estado –también de Cataluña–,
se siente más cerca de la izquierda que de la derecha. Jamás la derecha –sea
esto lo que sea– ni las políticas de derecha han gozado del fervor de la
mayoría de la calle. Y cuando han tenido, como en la actualidad, la mayoría en
las urnas no es porque hayan sido capaces de aglutinar en torno a sus
propuestas a la mayor parte del cuerpo social y electoral sino, simplemente,
porque el resto se ha desmovilizado.
Felipe González gozó de más apoyo social y
electoral del que ha tenido político alguno, posiblemente, en toda la historia
de España. Esto le permitió acometer un ambiciosísimo programa de reformas que
convirtió a España en el país europeo y más o menos «moderno» que conocemos en
la actualidad.
Por otro lado, no lo olvidemos, fue quien
inició el enorme proceso de privatización en sectores energéticos, de
comunicaciones, de industria pesada etc. El aparato económico del franquismo,
en torno, sobre todo, al Instituto Nacional de Industria, mantenía unos niveles
de intervención en la economía que hacían posible –mis padres me lo cuentan–
que el precio del pan se publicara en el Boletín Oficial del Estado. Y había
que desmontar aquello.
¿Qué se hizo mal? La pedagogía. Faltó
pedagogía. ¿Es de izquierdas desmantelar el enorme aparato económico del
Estado? ¡Pues puede serlo! Pero a nuestros mayores les faltó picardía o les
sobró soberbia y nunca se explicó con el lenguaje que todo ciudadano entiende
que modernizar las estructuras e infraestructuras de un país para acercarlo a
las normas de funcionamiento que es ese paradigma del estado de bienestar que
es Europa es, quizá, lo más izquierdoso que se puede llevar a cabo en un
momento determinado.
Empezamos con Felipe González y así
llegamos a aquella reforma constitucional, del famoso artículo 135 CE, pactada
de tapadillo entre Rajoy y Pérez Rubalcaba, con Rodríguez Zapatero de
presidente, y que tenía como finalidad «prometerle» a los mercados que, de
acuerdo con nuestra carta magna, lo primero es pagar las deudas aunque sea a
costa de la ciudadanía.
Se han hecho muchas cosas mal y ahora
andamos buscando nuestro espacio político e intentando arreglar los fiascos
electorales con un cambio de caras. Entiendo que no es esta la vía.
Y mirad que, por otro lado, estos rancios
del PP nos lo ponen fácil. Su extraño sentido de la lealtad hacia los suyos
(sean estos quienes sean) lo
empuja a situarse en fuera
de juego, con respecto a la sociedad, en buen número de ocasiones.
En Cataluña es palmario y a veces parecen
estarse entreteniendo en «a ver quién la echa más gorda», pero a nivel más global
no dejan de sorprender cuando se meten en charcos en los que, objetivamente,
existe un altísimo nivel de consenso en la calle. Pienso sobre todo en asuntos
de índole social como el tratamiento diferenciado a ciudadanos en función de su
opción afectivo-sexual, el recurrente y actual tema del aborto, la religión en
las escuelas…
De verdad, más allá de cuatro integristas,
ruidosos, eso sí, pero cuatro, ¿a alguien le cabe en la cabeza que se deba
mantener la situación privilegiada del catolicismo en la enseñanza pública?
¿Cómo es esto de que unos niños deban salir del aula en un momento determinado
porque los padres y madres de otros, con frecuencia en franca minoría, hayan
decidido que en la escuela se da catequesis? No he conocido a nadie capaz de
defender el actual estatus pero también es verdad que los gobiernos socialistas
no han sido capaces de desmontar la situación de una vez por todas.
No, ni somos iguales ni nos parecemos, pero
es imprescindible articular un discurso de propuestas que vaya más allá del,
qué duda cabe, importantísimo talante. No se puede mantener, por mucho que el
PP nos lo ponga fácil, que ellos son unos rancios y nosotros somos guays,
progres, modernos, ecologistas, más feministas que nadie y no vamos a misa los
domingos.
Y ahora encima, va y aparece “Podemos”… ¿Me
permitís que vuelva a decir clarito lo que pienso?... ¡Para ocupar un espacio
político que nosotros hemos desatendido!. Para empujar una generación de
jóvenes por el interés político como nosotros no hemos conseguido en la democracia,
por el momento.
No digo que tengamos que ser Podemos, pero tampoco hemos de permitir que ellos sean nosotros.
Lo que digo es que el ideario de lo que defienden forma parte de los principios socialistas, y como mínimo, esa sensibilidad debía haber tenido representación política adecuada en los órganos, y sobretodo, entre los cargos públicos, por tal de ser representada, y poder desarrollarse.
Lo que digo es que el ideario de lo que defienden forma parte de los principios socialistas, y como mínimo, esa sensibilidad debía haber tenido representación política adecuada en los órganos, y sobretodo, entre los cargos públicos, por tal de ser representada, y poder desarrollarse.
Yo mismo diría que me afilié a la JSC por
muchos de los principios que ellos dicen defender.
Ahora, toca sencillez, y empezar a
mentalizarse para aceptar ser un partido, muy grande en cuanto a su historia,
pero mediano o pequeño en su tamaño representativo-social. Para empezar a
construir de nuevo, con esfuerzo y tesón, la representación social que las
ideas socialistas merecen. Desde la radicalidad democrática y participativa, y
desde la más absoluta humildad. Sabiéndonos herederos lejanos de la enorme
dignidad de aquél Pablo Iglesias que un día decidió comenzar la andadura del
socialismo en España, no podemos aceptar sin luchar no ser esenciales en las
decisiones de este país.
Merece la pena.
***
Ya he citado en otras ocasiones a George
Lakoff. Sí, el de No pienses en un elefante (Editorial Complutense, 2007). Este
hombre tiene varios ensayos escritos pero creo que este que cito es un buen
resumen de toda su obra.
Lakoff (¡Berkeley!, 1941) es profesor de
lingüística en la Universidad de California y es uno de los mayores expertos
mundiales en algo muy necesario pero que, a priori, nos puede sonar rarísimo:
lingüística cognitiva.
Desde hace años, este profesor es asesor
del Partido Demócrata de Estados Unidos y hasta donde sé, el PSOE lo contrató
para la campaña electoral que catapultó a Rodríguez Zapatero a la Moncloa.
Alguien me contó también que por razones
poco claras, el equipo dirigente de Ferraz decidió desoír los consejos de este
sabio y prescindir de sus servicios. Pero volvamos al camino, luego hablamos
más del elefante.
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