¡Perdimos! Sí, como lo oís. ¡Perdimos!
¿De verdad perdimos? Pues quizá no. O no del
todo.
Hace un par de capítulos me refería al
revulsivo, populismos y trampas aparte, que ha supuesto la irrupción de una
fuerza política no tradicional en el mapa político español. He hablado varias veces de lo interesante de sus consecuencias, para mí positivas en general, pues simplemente con despertar a una parte de la juventud que huía de la Política, como han hecho, ya se han justificado.
Lejos está siempre de mi ánimo hacer de la
necesidad virtud, pero pienso sinceramente que este toque, aviso, tirón de
orejas, llamada de atención, si sabemos atenderla, nos puede hacer más bien que
mal.
Sí, ya, que si me he dado un golpe en la
cabeza. ¿Cómo nos puede venir bien una bajada de votos y que, para colmo,
muchos de ellos sepamos con certeza que han ido a parar a opciones electorales
que pueden ser «tramposas»?
Fíjese el avispado lector o la sagaz lectora
(o al revés) que en ningún momento hago referencia explícita a unas siglas. En
Catalunya el mapa electoral responde a hechos diferenciales y donde en otros
sitios puede atisbarse un peinado recogido en cola de caballo, aquí podría ser,
digamos, una monja. Pero es que da igual, no es un problema de nombres ni
siglas sino de formas de hacer la política. Y cuando se hacen trampas, estas
son muy parecidas lleve en la cabeza lo que lleve el innoble tahúr.
Por de pronto, aquellas elecciones europeas se
llevaron por delante al secretario general de los socialistas españoles. ¡Y al
rey! Pero ya hablaremos de monarcas.
Aunque partidos distintos, el PSC y el PSOE
están vinculados desde siempre por fortísimos lazos de hermandad que propician
que, incluso desde las profundas diferencias que en ocasiones se han puesto de
manifiesto entre nosotros, los catalanes sintamos que el PSOE es nuestro
partido fuera de nuestras cuatro provincias de la misma manera que el PSC,
sentimental y casi legalmente, es una especie de federación catalana del PSOE,
para que se me entienda, superada por la historia, eso sí. No en vano, para
quien no lo sepa, se hizo en su momento un congreso de unión de varios grupos
de socialistas (sí, ya se hizo esa unidad hace muchos años, por eso se llama el
“Partit dels i de les Socialistes de Catalunya”), entre ellos, la Federación
Catalana del PSOE, pero también, el PSC-Reagrupament i el PSC -Congrés…
El cántabro Alfredo Pérez Rubalcaba, continúo,
también era secretario general de este catalán como lo era el leonés José Luis
Rodríguez Zapatero, cuya herencia, por cierto, los socialistas no hemos podido,
sabido o querido reivindicar. Y hay motivos más que sobrados para la
reivindicación. La derecha nunca es tan acomplejada. Y así les suele ir bien. Zapatero
ha sido el Presidente más progresista que se ha sentado nunca en Moncloa. Así
de claro lo pienso. Con todos sus errores, que los tuvo. El más grande, no ver venir la tremenda crisis que se nos avecinaba.
Los partidos «tradicionales» (en realidad odio este concepto, y aunque intento reirme de él, comprendo que parte de la ciudadanía lo entienda así) hemos alcanzado
en algunos aspectos unos niveles de inmovilismo cercanos al anquilosamiento.
Asumámoslo con humildad. Solo así lo podremos cambiar.
La democracia, como el amor de pareja y como
tantas otras buenas cosas de la vida, es un bien precioso que hay que
alimentar, cuidar y hacer crecer cada día, de lo contrario, muere. La
democracia debe ser dinámica. Si es estática hay algo que falla. Ahí creo que está la clave. La democracia es Democracia cuando está permanentemente adaptándose, y buscando nuevas, mejores y más directas formas de participación.
Desde 1978 y, sobre todo, desde 1982, el
«sistema» ha funcionado razonablemente bien sustentado por un complejo
equilibrio de poderes al que la economía, la judicatura o los propios medios de
comunicación no han sido ajenos.
Ese estatus de «así nos apañamos» nos ha ido
alejando de manera paulatina de quien realmente nos da «de comer» pero que, más
allá de eso, es responsable de nuestra existencia: la ciudadanía.
Nos debemos a la ciudadanía, la ciudadanía nos
da carta de naturaleza, dota de sentido a nuestro trabajo y, en ocasiones, con
la cruda sinceridad que me permite un texto algo más largo que un tweet, nos
hemos comportado como auténticos déspotas ilustrados: «todo para el pueblo pero
sin el pueblo». Quizá exagero pero es cierto que buena parte de aquellos para
los que trabajamos perciben dos existencias separadas y que a veces ni se miran
a los ojos, «ellos» y «nosotros».
En este contexto, tan propicio a los
fascismos, como bien señala cualquier libro de historia, aparecen las opciones
populistas, cuyo principal as en la manga es tan torticero como presentarse ante
el electorado con el mensaje «nosotros también somos vosotros y vamos a por ellos».
El relativo éxito en los últimos comicios de
estas novedosas formaciones políticas –partidos sería la palabra adecuada, se
organicen en asambleas, agrupaciones, círculos o dodecágonos– nos obliga a
ponernos las pilas, a repensar nuestra relación con el resto de la población, a
hacer serias autocríticas y a modificar nuestras pautas de conducta.
Es en este contexto en el que aparece un
personaje conocido de antiguo y que pertenece a la siempre honesta estirpe de
los socialistas vascos: Eduardo Madina.
Se le ofrece, quizá de tapadillo, la
posibilidad de «heredar» el cetro de Pérez Rubalcaba y… ¡se niega!
Bueno, no se niega, plantea que solo será
secretario general en el caso de que la Ejecutiva Federal convoque unas
elecciones primarias abiertas a toda la militancia y salga elegido.
Los días siguientes al anuncio de la dimisión
de Alfredo –en realidad es secretario general de hecho y de derecho hasta el
congreso del partido, celebrado a finales de julio–, son un sindiós de
«barones» (¡qué palabra más fea!) empeñados en nombrar entre todos y por
aclamación a la compañera andaluza Susana Díaz.
Me voy a permitir una maldad. Quizá, solo
quizá, algunos de esos «barones» que tan rápidamente hablaron en nombre de sus
federaciones (¿las consultaron?) para apoyar a la, por otra parte, magnífica
candidata Susana, para el vértice orgánico del PSOE, pasando por encima de la voluntad de la militancia, lo que pretendían era salvar «sus respectivos culos»
porque parece más que lógico que si al secretario general de los socialistas
españoles se le elige, aun haciendo trampas a los estatutos, de manera directa
entre los afiliados, a los máximos responsables de las distintas federaciones
se les debe elegir mediante la misma mecánica. ¿Y tienen todos los aparatos
regionales la certeza de, si además de cargos orgánicos y públicos, vota el
conjunto de la honrada militancia socialista, ellos saldrían elegidos?
Me temo que no. Sospecho que hay mucha
federación en la que el inmovilismo del que hablaba antes ha situado a los
máximos responsables políticos de algunas federaciones no solo lejos de la
ciudadanía, sino de sus propias bases.
El empecinamiento de Eduardo en exigir, en
contra del sentir mayoritario expresado en la prensa, que hay que abrir el
partido a los y las militantes ha hecho posible que el PSOE sea hoy una
organización más sana y democrática. Ya solo este mérito lo hace merecedor de
apoyo y de mucho más, aunque también sea cierto que por los errores cercanos deba demostrar un claro cambio de actitud, con hechos, además de con palabras.
Pero no se puede tener todo. Cuando un proceso
orgánico es defendido públicamente por una sola persona y en contra de las
direcciones asentadas de las diferentes comunidades autónomas, no es nada fácil
aguantar el tirón.
Quizá una equivocada estrategia de marketing,
quizá la falta de medios, puede que la falta de apoyo por parte de direcciones
y medios de comunicación, quizá no era el momento.
El PSOE y, por qué no decirlo, el PSC está
necesitado de contenidos más frescos, menos anquilosados, más conectados con
nuestras bases que son, no lo olvidemos, socialistas y de izquierdas. Las caras
son importantes, pero lo que dicen las bocas lo es más.
Me gustaba mucho el fondo de Tapias, pero creo que Eduardo Madina, que aúna juventud, experiencia y pragmatismo, habría sido el mejor
secretario general para este partido. Si pienso en el corazón era Tapias, si pienso con la cabeza, Madina. Ahora bien, una vez realizada la elección, deseo que Pedro Sánchez-Castejón sea
capaz de sacar al PSOE del actual desconcierto y que aunque sea a fuerza de
tirones de coletas que sirvan de revulsivo y obliguen a cambiar el paso –la
inercia de tantos años–, entre todas y todas, militantes y votantes,
recuperemos las ansias de transformación social que nunca debimos perder.
***
Querido lector, estimada lectora. Es cierto
que han pasado muchas cosas en los últimos meses y hasta semanas. Alguien
decía, no sin cierta sorna, que solo un catalán, Jordi Hurtado (del programa de
televisión Saber y ganar) ha sido capaz de sobrevivir en el mismo puesto de
trabajo a tres papas, dos reyes, tres presidentes del gobierno y varios secretarios
generales del PSOE e, incluso, algún que otro primer secretario del PSC.
Cuando repaso la primera
versión de estas páginas, el compañero Miquel Iceta ha sido elegido primer
secretario de nuestro partido.
Desde mi condición de militante leal del PSC,
entiendo que no sería honesto ni serio dedicarme a reflexionar sobre asuntos
cuyos primeros destinatarios son mis compañeras y compañeros de partido en el
PSC de Tarragona. Además, confío en que estés de acuerdo conmigo en que la
excesiva cercanía es la peor aliada para un análisis político que, por
definición, precisa de una cierta perspectiva.
Deseo lo mejor al compañero Iceta y, como no
puede ser de otra manera, deseo lo mejor al PSC.
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Y mi conclusión ideológica de todo lo anterior, resumiendo mucho, es que hemos de volver a nuestros orígenes, y ser
conscientes que hay que plantar cara a aquellos sectores económicos que desde
el egoísmo, ejercen el capitalismo pensando exclusivamente en el máximo
beneficio sostenido, al más corto plazo posible. No puede ser. Primero son las personas. La gracia de la Política es que mande sobre la economía. Ese es su más básico "leit motiv".